Se vende pájaro


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Escrito por
@ALFARERA

03/10/2005#N6771

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Se vende pájaro

Hubo una época en que el camino del amor me llevaba los sábados a Punta Lara. Tomaba el tren a La Plata y un colectivo de media hora hasta la casa de Carlos.
Uno de los últimos mojones del viaje, de ésos que establece el capricho, era un cartel mal pintado en el frente de una casa pobre: “SE VENDE PÁJARO”, decía. Los domingos al atardecer el colectivo volvía por la misma calle, y así aquel cartel abría y cerraba mis encuentros con Carlos. A veces Carlos era tierno, otras veces daba ganas de matarlo.

La desazón lleva a sinsentidos, y el último de aquellos domingos me llevó a bajar del colectivo en el cartel. Era atardecer cerrado. Llamé a la puerta y salió a medias uno de esos hombres flacos y bajos de Punta Lara, de bombacha y boina.
—Diga —dijo.
—Vengo a ver el pájaro.
—¿Qué pájaro? —preguntó, hosco.
—El que vende, el del cartel.
—¡Ah, no! El pájaro se voló hace rato.— El hombre empezó a cerrar.

Estaba volviéndome cuando por lo que quedaba abierto de la puerta se coló una palabra que gritó una mujer: “¡Mentira!”
Miré y una mano grande agarraba del hombro al que me había atendido, lo lanzaba atrás como quien sacude una cobija. El vano de la puerta se llenó con la mujer enorme. Pero adiviné al hombre que había ido a parar al suelo de tierra, contra la pared del fondo de la habitación.

—No le haga caso —dijo la gorda—. Al pájaro lo tengo atrás y sí que lo vendo.
—Bueno, si es así, quisiera verlo.
—Venga —giró. La seguí. La habitación con el hombre tirado era la única. Él nos miró pasar. Supe que si no hubiera temido otro golpe de la gorda, me habría dicho algo.

Seguí detrás de la gorda por un pasillo a la intemperie, con gallinero a la derecha y conejeras a la izquierda. La gorda se paró frente a la última conejera.
—Ahí lo tiene.
Dentro de la conejera se veía un montón de ramas secas.
—¿Dónde?
La gorda levantó la tapa de la conejera, metió las manos y revolvió las ramas. Entonces apareció el pájaro. Estaba acurrucado. Me sorprendió lo chico que era.
—¿Cuánto quiere? —le pregunté.
—Deme lo que pueda. Mi marido está enfermo.
Yo no podía sacar la plata del bolso de cuero, pero le di lo que tenía en el bolsillo. La gorda levantó el pájaro y me lo dio. Lo dejé caer en el bolso.
Precedí a la gorda por el pasillo. En la habitación, el hombre seguía en el suelo, y todavía quería decirme aquello cuando salí.

En el tren miré al pájaro una sola vez. Cuando llegué a casa le limpié la sangre de Carlos que se le había pegado a las plumas, y lo tuve en una caja de cartón en el lavadero hasta que se repuso y empezó a cantar.

ALFARERA (Texto propio)

 

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