REFLEXION DE ALGUIEN QUE SUFRIÓ VIOLENCIA DEPORTIVA( PARA PE


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@CECILYA

23/01/2020#N71489

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Es largo pero vale la pena leerlo hasta el final aunque es muy duro lo narrado.
Derecho a humillar
Por Ramiro Bisa - Ene 21, 2020


El asesinato de Fernando Baéz Sosa a manos de una patota de rugbiers en Villa Gesell reafirma la necesidad de implementar en forma urgente la educación sexual integral para terminar con un sistema cultural perverso que hace culto del “macho que se la aguanta”.

Durante mi infancia y pre adolescencia practiqué, en distintos clubes, varios deportes. Entre ellos, waterpolo y fútbol. Quiero narrar dos episodios relacionados a eso que, 30 años después, siguen siendo parte ineludible de mi subjetividad.

Cuando yo tenía unos 11 años hice waterpolo en un club destacado de la ciudad por algunos meses. Mis compañeros de equipo eran un par de años mayores que yo. Habrán tenido entre 12 y 14 años. Al poco tiempo de haber empezado a practicar, se iba a dar mi primer viaje a un torneo. Eso debería ser algo emocionante, de lo que yo debería estar expectante. Iba a competir por primera vez en el deporte que yo practicaba. Amén de lo deportivo, me iba a sentir parte de algo. Probablemente, comenzara a ser aceptado por el grupo. Todos valores que el deporte debe inculcar. Pero yo no sentí nada de eso al enterarme del torneo. Lo que sentí fue miedo.

Apenas comencé a entrenar se empezó a hablar de “La chota”. Suena gracioso, claro. Pero, ¿qué es la chota? El significado es lo que transforma lo gracioso en desesperante. Sobre todo para un nene de 11 años como yo. La chota es el rito de iniciación al que se somete a los más chicos en su primer viaje a un torneo. Es el ticket de entrada al grupo. Si no te la bancás, fuiste. ¿En qué consiste? Durante el viaje en el colectivo, tus compañeros ante la atenta mirada de los adultos mayores responsables (entrenadores y algún padre) arman un “pasillo” por el que el “iniciado” tiene que pasar caminando, desnudo o en ropa interior y soportar los golpes, los manoseos, los engrudos, lo que te metan en el culo y, además, que te corten el pelo a tijeretazos improvisados mientras vos pasás por el pasillo. No está permitido correr, llorar, putear, quejarse ni nada que pueda hacerte quedar como un cagón, puto o marica. Y si no te la bancás no sos digno de pertenecer. ¿Saben por qué? Por puto, cagón y marica. Por no ser macho y bancársela. Todos los que ahí estaban se la habían bancado y eso ahora les otorgaba el derecho a humillar.

Desde luego, yo nunca fui a ese viaje. No sé qué excusa le di a mis viejes y, por supuesto, no volví nunca más a waterpolo. Al club, 30 años después, todavía me revuelve las tripas volver. Se suponía que me iba a divertir practicando una actividad saludable. No que me iba a sentir abusado, humillado, avergonzado y temeroso.

No habré tenido más de 12 años cuando con el equipo de fútbol nos fuimos de pretemporada a un pueblo de Córdoba. Creo que nos alojamos en una especie de campamento militar o monasterio. La cosa es que había dos pabellones, en los que dormíamos separados por categoría. Yo era de los pocos que no se pavoneaba desnudo por el pabellón o el baño. Por pudor o lo que fuera, no me sentía cómodo siendo observado por otros sin ropa.

Una noche, cuando salgo de bañarme, me habían sacado la ropa y llevado al pabellón para que tuviera que ponérmela adelante del resto. Recuerdo nítidamente estar sentado en la cama, con la toalla tapándome, y el resto de los dos pabellones posado alrededor esperando a ver de qué tamaño la tenía. No me dejaron salida. Durante los días previos había zafado llevándome la ropa hasta la ducha. Me la robaron, me rodearon y me obligaron (sin decírmelo) a que me desnudara frente a ellos. ¿Para qué? Para saber si era digno de pertenecer o no al grupo de los que la tienen grande. Como si 30 nenes de entre 11 y 12 años supieran lo que es tenerla grande o supieran algo sobre el cuerpo y la sexualidad. Desde luego, quedé afuera. Se me rieron en la cara. En verdad, se me cagaron de risa en la cara. Todos. No hubo excepciones. Quizás algunos lo hicieron por el mismo miedo que estaba teniendo yo en ese momento. Por no ser humillado o tildado de cómplice del que la tiene chiquita. Desde luego, dejé el fútbol al poco tiempo porque me di cuenta de que yo no me “la iba a bancar” en ese ambiente.

En ese pabellón también había compañeros míos de la escuela. Cuando arrancaron las clases, para todo séptimo y sexto grado del colegio yo era el que la tenía más chica de toda la pretemporada. Yo era un nene de 12 años que había ido a sentirse jugador de fútbol (el sueño de mi vida en ese entonces) porque se iba de pretemporada. Se suponía que eso iba a estar buenísimo, no que me iba a traumar la percepción sobre mi propio cuerpo durante mucha parte de mi vida. Se suponía que iba a jugar con amigos, no a hacerme padecer mi sexualidad durante toda la adolescencia.

Yo hasta los 22 años no me desnudé frente a nadie. Yo hasta los 22 años tuve miedo de coger. Y poder verbalizar ese miedo me llevó mucho más tiempo aún. Incluso hasta el día de hoy hay personas muy íntimas que a esto no lo saben. Durante años mentí sobre mi sexualidad porque no quería seguir quedándome afuera. Yo no quería ser un monstruo. Me tomó mucho tiempo también darme cuenta de que los monstruos eran ellos, los que pertenecían. Los normales.

Yo tuve la suerte de poder ir a la Facultad y encontrarme con compañeres, profesores/as, textos, autores/as y amigues que me ayudaron a darme cuenta de qué es de lo que me estaba quedando afuera. Y que me ayudaron a disfrutar de no ser parte de eso. Y tuve la posibilidad de entender el cuerpo y la sexualidad desde otras perspectivas. Yo soy un varón heterosexual que no encaja dentro del estereotipo de masculinidad occidental, cristiana, patriarcal y misógino. Seguro que estoy lleno de machismos y micromachismos que, lamentablemente, todavía no puedo ver. Entonces, yo no me voy a poner en el lugar protagónico como víctima de un sistema machista de poder que humilla en primer lugar a las mujeres y sexualidades disidentes pero que también tiene efectos sobre los varones que no encajan, es decir, sobre los propios victimarios. Y eso no es gratuito. Y es monstruoso. Es una sexualidad y una normalidad monstruosas que estallan y se visualizan en los casos extremos de violencia y abuso carnal seguido de muerte o daños físicos, pero que se extiende “subcutáneamente” por el tejido o piel social desde que nacemos y que contamina todas las relaciones sociales. Porque el patriarcado es eso: un sistema de relaciones sociales desigual y opresor. Y que los varones reproducimos y, en la gran mayoría de los casos, nos hace sentir orgullosos. Y lo hacemos impunemente porque el contexto nos avala.

A mí todo esto no me lo enseñó ni la escuela, ni mi familia, ni catequesis, ni mis amigos de la adolescencia ni la televisión. A mí todo esto me lo enseñaron la facultad y el feminismo. A mí el feminismo, sin arrogarme una lucha que no me pertenece porque yo no la luché, me liberó. Me hizo sentir que yo no estaba equivocado. Que el monstruo no era yo. Tuve que padecer mi cuerpo por más de 20 años hasta que la lucha feminista me hizo percibirme y percibir a otres de una manera más libre y amorosa. A mí el feminismo me hizo saber amar de otras maneras. Y sobre todo amarme a mí mismo y a no tenerme vergüenza.

E insisto con que yo soy varón heterosexual blanco, pertenezco (más o menos) a un estereotipo de belleza hegemónico, y no soy pobre. Yo soy el privilegiado. O sea, yo soy el supuesto dominador, depredador, abusador con derecho a humillar y matar. Sí, yo podría ser un Ted Bundy más. O un patotero que mata a piñas porque sí y dar clases en la facultad al mismo tiempo. Quizás solo necesitaba 0,5 cm. más de pija a los 12 años de edad para serlo.

Si todo lo que narré se lo hicieron a un supuesto aliado, a un supuesto par, imagínense lo que son capaces de hacerle al otre; a lo extraño. Bah, no hace falta que se lo imaginen: por segundo año consecutivo hay un femicidio cada 48 hs. en los primeros 20 días de enero en Argentina.

El problema, como leí en las redes de una amiga, no es el deporte sino el patriarcado y la oligarquía. El problema no es la disciplina deportiva sino los valores y la disciplina que allí se enseñan y difunden. Y esos valores, sin excepción, están manchados de patriarcado. Es decir, de misoginia, homofobia, transfobia, y todas las fobias que se nos ocurran. El coraje, la valentía, el compañerismo de los que se jacta el rugby, por ejemplo, son definidos por el machismo. ¿Qué es un buen compañero para un entrenador de rugby? ¿Qué es la otredad para ese mismo entrenador? ¿Qué es el respeto?

La implementación de la educación sexual integral (ESI) se hace urgente en todas las esferas de la práctica humana. De otro modo, los mismos tipos que se me cagaron de risa en la cara por tenerla chiquita van a seguir criando abusadores y violentos. Y solo lo vemos cuando se nos vuelve en contra: cuando nuestras criaturas abusan, humillan, violan o matan a nuestras propias criaturas que hemos educado con miedo a hablar. Y eso, resentimiento mediante, creo que puede derivar en algo mucho peor: hacer lo mismo pero con mayor violencia.

 

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