UN MUEBLE LLENO DE CAJONES.....MONYC RUBI


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Publicado por
@MONYC_RUBI

10/12/2005#N7191

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UN MUEBLE LLENO DE CAJONES


Entró María casi arrastrándose. Miraba sólo el piso, con los hombros
encorvados
hacia adelante.
Juan se rió, y le dijo:
- No me hace falta hacer un curso de Lectura Corporal para decirte que
es
indudable que has decidido estar deprimida.
- ¡Qué gracioso! -contestó con una mueca María- No sólo estoy
deprimida,
sino que tengo un amigo que en vez de acompañarme en mi pesar, decide
burlarse
de mí. Mejor me voy y busco un amigo de verdad.
Y se dio vuelta para irse, pero la risa que soltó Juan ante estas
palabras,
hizo que María quedara inmóvil. Es que en definitiva tenía que
reconocer
que le hacía falta un poco de risa, aunque fuese a su propia costa.
Bastaron entonces unas palabras de Juan, diciéndole cuánto la quería
como
amigo, para que María se quedara.
- Bueno, veamos qué te ha sucedido tan grave como para que hayas
decidido
ponerte en semejante estado -dijo Juan.
- Es que he decidido terminar con Carlos, y estoy totalmente
desilusionada.
Me quiero divorciar. Me sorprende no haberme dado cuenta antes de como
era
él en realidad. Si yo lo hubiese sabido, nunca me habría enamorado de
él.

- ¿Y cómo es en realidad?.
Y María empezó a relatar las particularidades de Carlos: que es
"egoísta",
que es "hermético", que es "...", y siguió por un rato, hasta que Juan
la
interrumpió.
- Pero, tu no estás hablando de Carlos. Estás hablando de ciertas
partes
de su ser. De ciertas partes que justamente, eran aquellas que fueron
las
que te atrajeron cuando lo conociste. Aquellas que para ti, lo hacían
distinto
y divertido.
No había Juan terminado de decir esto que María ya había cruzado sus
brazos,
cerrándose completamente a cualquier comentario directo.
Juan, entonces buscó de cambiar el enfoque de la charla y le dijo:
- Te voy a contar un cuento:
Hace mucho tiempo, en un lugar lejano, existía una ciudad muy especial.
Una ciudad en la cual sus habitantes eran muebles. Sí, en esa ciudad
los
seres tenían la forma de "muebles". Algunos parecían Placards, otros
Roperos,
otros Mesitas de luz, otros eran Cómodas, otros Ficheros, y así tantos
modelos
distintos como te puedas imaginar. Eso sí, todos eran Muebles cargados
de
vida. Y esa vida se veía reflejada en el contenido de sus cajones. En
cada
uno de ellos guardaban algo de su ser. Siendo así era usual que cuando
dos
muebles se conocían por primera vez, hicieran un dibujo del otro. Y a
medida
que iban abriendo cajones, fuesen poniendo etiquetas indicando su
contenido.
Etiquetas como "desordenado", "superficial", "amoroso", u "egoísta",
eran
muy comunes entre ellos.
Un día, un mueble llamado Hermeticus, uno de esos muebles que tienen la
particularidad de tener casi todos sus cajones cerrados con llave, iba
por
la calle y se cruzó con un mueble del otro sexo. Era la primera vez que
la veía y quedó deslumbrado por su presencia. "¡Qué Mueble tan
especial!"
-se dijo-, y la corrió como pudo hasta detenerla y arrinconarla en una
esquina
para decirle:
- Quiero conocerte, ¿quién eres?.
- Soy, como te darás cuenta una "Cómoda" -dijo ella ruborizándose-
aunque
en realidad mi vida de cómoda no tiene demasiado -y se sonrió por el
juego
de palabras- Seré cómoda para los demás, pero incómoda para mí.
- Entonces hay cómodas incómodas-, dijo Herméticus y se rió, buscando
de
mostrarse simpático y seguir el chiste.
Y agregó:
- En realidad ya sé que tipo de muebles eres. Lo que quise decir es que
quiero conocer eso tan especial que se percibo en tu interior. Además
quiero
saber tu nombre: Dime, ¿Cómo te llamas?.
- Lucecita -dijo ella, que se sintió sorprendida de que un mueble como
Herméticus
se mostrara tan interesado. Que un mueble pudiese digamos de un solo
vistazo,
vislumbrar lo que ella tenía tan celosamente guardado en sus cajones.
Que
se diese cuenta de que ella era especial.
Entonces Lucecita, que era tan tímida, se ruborizó de nuevo y tomó
distancia
diciendo:
- Hoy no puedo, mañana veremos. Es que no sé, es que todo es tan
pronto,
que tengo otros compromisos.
Y así Lucecita desapareció por un tiempo de la vista de Herméticus.
Pero el amor todo lo une, y por eso quizás la mano de un Hada los guió,
y al poco tiempo se reencontraron.
Fue esa vez que Herméticus le dio las llaves de algunos de sus cajones,
y de este modo, poco a poco y con mucho amor, cada uno fue abriendo
cajones
del otro y maravillándose con lo que encontraban.
Es que iba apareciendo lo que siempre habían buscado: el mueble que
cada
uno necesitaba para formar un juego armónico.
Entonces se fueron a vivir juntos. No sin que los demás muebles de la
comarca
opinaran de diversas maneras respecto de esta unión.
Juancho "el Ropero", igual que muchos otros, creía que eran los muebles
ideales para estar juntos. En cambio Pepita, "la mesita de luz", no
compartía
este parecer. Ella que creía conocer a Herméticus, decía: "Pobre
Lucecita,
no sabe dónde se mete".
Es que, Pepita, luego de años de tirar infructuosamente de los cajones
de
Herméticus, sin lograr abrir uno solo, se preguntaba:
- ¿Cómo una Cómoda tan delicada puede estar con este ser que nunca se
sabe
qué contiene?.
A su vez, Saturnino, el Fichero, que creía conocer a Lucecita se
preguntaba:

- ¿Y éste qué le vio a "esa" que no tiene nada en especial, sólo
cajones
comunes y revueltos.
Es que Saturnino nunca había podido abrir ninguno de los tantos cajones
especiales de Lucecita. Siempre abría los mismos cajones. Eran lindos,
simpáticos,
alegres, pero sin grandes cosas adentro.
Es que todos a su modo tenían razón. Todo dependía desde "qué cajón uno
hablase". Es que por supuesto los que no están enamorados de un mueble,
en realidad nunca le ha prestado mucha atención.
¿Cómo podían Juancho, o Pepita o incluso Saturnino, entender?. Si nunca
habían abierto esos cajones que para Lucecita hacían especial a
Herméticus.
O aquellos que para éste hacía tan especial a Lucecita.
En fin, hasta Pepita y Saturnino, se daban cuenta de lo que estaba
pasando.
Era que ellos estaban enamorados y eso justificaba cualquier elección.
Pasó el tiempo y era hermoso ver esos dos muebles preciosos llenos de
cajones.
Realmente engalanaban cualquier habitación en la que entraban. Es más
los
invitaban especialmente para vestir los mejores lugares.
Con el tiempo, comenzaron a surgir problemas entre ellos, pero los
fueron
superando, pues todos sabemos que cuando un mueble se enamora del otro,
está dispuesto a pagar todo lo que haga falta para conservarlo a su
lado,
y de ese modo compartir juntos el resto de la vida.
Así siguieron pasando los años, mientras ellos, gracias a la magia del
amor,
sacaban lo mejor de sí. Y a su vez ponían cosas en los cajones del
otro,
cosas que lo enriquecían, para luego compartir felices el contenido.
Hasta que un día, y en realidad nadie sabe cómo, uno de ellos empezó a
abrir
los cajones equivocados en el otro, al rato estaban los dos abriendo
cajones
equivocados. Entonces empezaron a encontrar en ellos, cosas vulgares.
Cosas
que antes ya habían encontrado en otros muebles, pero que nunca se
imaginaron
que podían encontrar en este. Fue tal la sorpresa para ambos que cada
uno
por su lado comenzó a hablar con otros muebles diciendo:
- ¿Cómo pude equivocarme así?. ¿Cómo fue que no vi los otros cajones?.
¿Cómo
no me di cuenta de que este mueble tiene el mismo contenido
desagradable
que el mueble anterior que yo tenía?.
A partir de ese momento, ninguno de los dos, volvió a abrir en el otro
los
hermosos cajones que tanto les había enamorado. Es más, abrían en el
otro,
y con toda intención los de contenido desagradable, para poder luego
refregarle
el contenido por la cara.
Por esa época era muy común entre ellos cuando se enojaban, sacar de
sus
cajones incluso recortes de artículos sobre partes de su pasado que los
mortificaba. Sacaban historias que hablaban de cosas tales como "nunca
podré
perdonarte aquello que me hiciste aquella vez...". Lucecita luego de
estas
crisis quedaba exhausta, y Hermeticus cerraba sus cajones por semanas.
Incluso a momentos empezaban a dudar sobre cuán genuino había sido el
otro
en el primero encuentro. Fantaseaban pensando que el otro quizás le
había
mostrado sólo intencionalmente algunos cajones lindos, ocultando con
malicia
otros.
Finalmente, y en plena "crisis de pareja" ya los dos presentaban al
otro
sus peores cajones semiabiertos para que al menor movimiento, todo el
contenido
desagradable saliese. Y la situación se tornó insostenible...
Fue entonces cuando un día Lucecita le preguntó a una amiga:
- ¿Cómo hago para desenamorarme de Herméticus?, pues este mueble sólo
tiene
cajones feos.
- No te preocupes -la tranquilizó la amiga- ya tienes resuelta la parte
principal de tu problema. Es que dicen que cuando quieres desenamorarte
de alguien, el método es "concentrarte en lo feo que tiene", y por lo
visto
tú lo estás haciendo muy bien, ya que ahora no puedes ver sus cajones
lindos.

Y la amiga tenía razón pues al poco tiempo se separaron.
Juan, dejó de hablar y se quedó mirando las lágrimas de María que caían
fluidamente por su rostro.
Ella se las secó abatida y mirando hacia el piso le preguntó:
- ¿Me puede haber pasado eso?. No puede ser. Decime que todos los
cajones
que tiene Carlos son feos, por favor decime eso -y se puso a llorar.
Es que María empezaba a darse cuenta de la verdad.
Luego agregó con bronca:
- Está bien. Puede ser que yo esté viendo sólo cajones feos, pero no me
vas a negar que Carlos tiene un montón de esos cajones feos.
Y miró a Juan a los ojos en forma desafiante.
- Mirá María, una pareja se puede comparar a una gran amistad, a la que
se le agrega un componente de amor muy especial, ¿estás de acuerdo? -le
preguntó.
- Si, por supuesto -contestó María, sin entender hacia dónde iba Juan
con
el razonamiento.
Juan continuó:
- Entonces te voy a repetir una frase de la película Perfume de mujer:
"amigo
es aquel que te conoce a fondo y, sin embargo, te quiere". O sea nos
quiere
a pesar de que conoce todos nuestros cajones.
María replicó, como una nena que protesta:
- Bueno, pero yo no lo puedo querer así. Yo estaba enamorada y él antes
era distinto. Tenía cajones lindos, no feos.
Juan se rió de nuevo.
- No es cierto. La realidad es que gracias al amor, cuando lo conociste
sólo pudiste ver algunos cajones, los que eran hermosos para ti. No
pudiste
ver el mueble entero. Antiguamente se creía que el acto de
enamoramiento
se producía porque un Dios o Diosa bajaba a la tierra y envolvía a la
persona,
impidiendo que se la pudiese ver en su totalidad, y luego cuando los
dioses
se iban quedaba la persona humana con todos sus cajones a la vista. Ese
amor yo lo llamo "amor fascinación", un amor que lleva a la
idealización
del otro, y cuanto más lo idealices, más duro será encontrar al ser
humano
real que se esconde "lleno de cajones" detrás de ese amor. En realidad
es
muy difícil ver al otro, con todos sus cajones. Por ejemplo algunos
cajones
vulgares aparecen en la etapa del "amor convivencia", los "cajones más
temidos",
en la etapa de la separación. Otros cajones los puedes ver en la etapa
del
"amor condicional", y muchos, muchos, en la etapa del "amor totalidad".
- Cuéntame del "amor convivencia" -dijo María intrigada por los títulos
que ponía Juan al "amor".
- Es la etapa de los cajones aburridos -explicó Juan- Es asumir que los
mejores cajones de la pareja se han atascado, que la madera se hinchó y
ya no se pueden abrir. Que esos cajones andan "de costado" y es mejor
entonces
no tocarlos. Que la vida es así, que el paso del tiempo y el deterioro
propio
de estos cajones hace que no se puedan usar. Es como si no existiesen.
Entonces
se resignan a convivir con unos pocos cajones, más burdos, que muestran
cosas comunes, sin gracia.
- ¿Y qué es eso del "amor condicional"? -preguntó María.
Juan, dijo:
- Es buscar un mueble que reúna aquello que tu quieres, y sólo aquello
que
tu quieres. Artiles en su libro "La actitud psicoterapéutica" dice que
en
vez de aceptar la totalidad del otro, lo habitual en la relación es la
relación
condicionada, la aceptación parcial o, mejor aún, selectiva de la
persona
del otro. Es el común, "te quiero si..." que explícita o
implícitamente,
padres, esposos, amigos otorgan al "querido hijo, esposo, amigo". O sea
cuando tu lo aceptas sólo si únicamente el otro abre sus cajones lindos
para ti. Y la relación no puede funcionar de ese modo.
- ¿Y entonces qué puedo hacer? -preguntó María.
- Para comenzar deja de quejarte de Carlos, y de seguir abriendo sus
peores
cajones. Deja de ser una "provocadora de cajones feos" y dedícate a
verlo
de un modo más real.
A María, no le gustaba hacia dónde iba la conversación, y buscando
cambiar
de tema dijo:
- Háblame un poco del "amor totalidad".
Entonces Juan respondió:
- Te lo voy a explicar relacionándolo con Carlos. Supongamos que,
dejando
la bronca de lado, sientes que en ti a quedado algo del amor que se
tuvieron.
Entonces decidieses conocerlo en su totalidad. Redescubrirlo, pues
Carlos
es esto y aquello. Él está formado por los cajones lindos, los neutros
y
los feos, y no lo puedes definir por la suma de los adjetivos que
pusiste
en cada cajón. Carlos emerge como una totalidad sobre todo esto. Y como
dicen en Gestalt: "El todo es muy diferente de la suma de sus partes".
Tendrá
cajones para admirar y otros para rechazar. Y con este amor, ahora
incrementado
bajo la llama de la comprensión, lo verás transformarse en un amor
distinto.
En un amor que comprende esta totalidad. Entonces habrás superado con
éxito
"el amor fascinación", y entrarás en el "amor totalidad".
- No sé que pensar -dijo María.
Juan insistió:
- Tu sabes que él sigue teniendo cajones hermosos, sino ¿cómo otra
persona
podría enamorarse de él, el día de mañana?. Lo que sucede es que has
perdido
la magia de abrirlos, y si la recuperas podrás llegar a ese "amor
totalidad".
Te darás cuenta de que en la relación no se trata de que él abra
intencionalmente
sus cajones para conseguir tu cariño, ni de huir de la relación cuando
parecen
quedar a la vista sólo cajones feos. Sino que el camino es justamente
el
inverso. El cariño incondicionado que tu le emites es tan grande, que
él
no puede hacer otra cosa que abrir los mejores para ti. Y aquí el amor
se
recrea con toda su intensidad. Entonces te habrás convertido en una
"facilitadora
de cajones lindos".
- ¿Qué es eso? -preguntó ella intrigada.
- No es un misterio que uno puede elegir sacar lo mejor de su interior,
o permitir que salga lo peor. Lo mismo sucede cuando interactúas con el
otro. Tus palabras, tus gestos, tus actitudes, tienen un enorme poder
para
abrirle determinados cajones. Una palabra dulce podrá abrir algunos muy
especiales. Una palabra amarga, o un pensamiento triste, hará que se
abran
otros. Y una vez que decidas con todo tu amor buscar en él lo mejor,
aprenderás
a abrir sabiamente sus cajones. Entonces descubrirás en su interior
joyas.
Joyas que ni él conocía. Y él, sea consciente o no, hará lo mismo
contigo.

Y si al principio no te resulta fácil hacerlo, y te das cuenta que, por
algún motivo, ciertos cajones que no te gustan empiezan a abrirse en
él,
o en ti, comienza de nuevo, cambia de tema, o vuelve otro día. Haz esto
todas las veces que hagan falta, hasta que lo logres. Hasta que saques
de
su interior el contenido de sus mejores cajones. Pues tal cual como lo
dijo
Confucio, hace más de dos mil años: "Las mejores personas alimentan lo
bueno
en los demás, no lo malo. Las peores personas alimentan lo malo en los
demás,
no lo bueno".
Luego Juan hizo una pausa, suspiró y agregó:
- Y recuerda que la vida humana se caracteriza por la imperfección. No
hay
personas con todos los cajones lindos. Eso no existe. Sólo hay seres
humanos.
Eso sí, seres humanos llenos de vida, ansiosos por ser descubiertos.

 

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