Las caricias también curan!


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Publicado por
@HECTOR5858

23/07/2020#N73101

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“Las caricias son tan necesarias para la vida de los sentimientos como las hojas para los árboles. Sin ellas, el amor muere por la raíz.”

                                               -Nathaniel Hawthorne-

Hay una parte de nuestro cuerpo que siempre tenemos a la vista, son esas dos inquietas compañeras con las que trabajamos, nos aseamos y con las que nos expresamos. Son las manos, con ellas ejercitamos ese mágico lenguaje con el que comunicamos y curamos: las caricias.

Las caricias son como el sueño: tienen el poder de reconstituirnos, con la diferencia de que cuando las recibimos estamos despiertos.

La caricia relaja, limpia, llena los depósitos del alma, ilumina, humaniza. Cuando acariciamos o somos acariciados estamos reivindicando la piel como centro de la existencia, como lo más bello y profundo de la existencia.

Según varios estudios de la American Journal Psychiatry, las caricias son gestos terapéuticos cargados de significado. Son expresiones que tienen más poder sobre nosotros que cualquier fármaco.

Un abrazo, una mano pasando por nuestro rostro o espalda propicia la liberación de oxitocina. Esta hormona es capaz de inducir al cuerpo a un estado de relajamiento. Es, por lo tanto, una gran defensa contra la tristeza y la depresión.

Acariciar es, como saben los amantes y los sanadores, entre otras cosas, poner en hora el reloj del cuerpo. Poner en hora significa: lograr que todas las partes del cuerpo de pronto den la misma hora.

Al acariciar, esos relojes (el del trabajo y los sueños, el de la realidad y el deseo) firman la paz: el cuerpo se recompone, el alma deja de sufrir.

Acariciar es borrar de la pizarra las palabras que sobran (las palabras gastadas, angustiosas, falsas). El gesto se parece: una mano que se mueve de izquierda a derecha, en diagonal, de arriba abajo. El cuerpo, la pizarra: esa mano los vuelve a dejar en blanco, disponibles, atentos a las nuevas propuestas de la vida.

Acariciamos un gato y se pone a ronronear. Acariciamos un perro y mueve la cola con fuerza o se tumba boca arriba para ofrecer más superficie sensible a nuestras manos. Acariciamos un caballo y agacha la cabeza para que nos sea más fácil hacerlo. Acariciamos un bebé y notamos cómo se entrega. Acariciamos una planta o la corriente de un río o el viento o la arena de una playa y, si somos receptivos, si estamos conectados con la naturaleza, sentimos que son ellos quienes nos hacen esas caricias a nosotros.

Acariciar es participar de la felicidad esencial de todo lo que existe, conectarse al flujo de vida que atraviesa cada ser, por minúsculo que sea, del mundo.

Acariciar es un acto de amor y de reconocimiento. No puede haber nada más hermoso y necesario. Es la manera de decirle al otro que su cuerpo forma parte del nuestro y viceversa.

Acariciar es viajar con las manos al corazón del otro. En el transcurso de ese viaje la piel se reconoce como piel, el vello se reconoce como vello, los poros se reconocen como poros, las yemas de los dedos se reconocen como yemas de los dedos, la espalda se reconoce como espalda, el sexo se reconoce como sexo: acariciar es despertar el autoconocimiento de cada fragmento de nuestro cuerpo.

Autoconocimiento, alma: eso que no es cuerpo, pero sin lo cual el cuerpo no sería nada. Al acariciar le ponemos alma al cuerpo, despertamos el alma del cuerpo.

No puede haber nada más necesario ni más humano.

 

Jesús Aguado

 

 

 

 

 

 

 

 

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