¿Quién es el profesor o maestro de la escuela que mejor reco
La pregunta de miércoles
¿Quién es el profesor o maestro de la escuela que mejor recordás?
Comentarios de Actualidad :
Mi recuerdo se lo lleva don Pedro Fukuma, mi maestro de judo.
Empecé con él a los 7 años en su tintorería de Av. Las Heras en el fondo de la cual tenía su escuela.
Años después la tintorería dejó de funcionar por la enfermedad de su mujer y quedó solamente el dojo.
Ya en la adolescencia, me llevó por sus otros lugares de enseñanza a modo de ampliar mis horizontes, es así que conocí el 77 Fútbol Club de zona Oeste y River Plate.
El valor de su enseñanza pasó más por la formación mental que por la física, recuerdo que por las tardes iba a tomar mate con él ya que éramos vecinos de su ex tintorería.
Por más de 20 años de aprender a su lado, no puede ser otro mi maestro más admirando y recordado.
@JOSELUISF: Seguramente has conocido a Fabián Rodríguez Basso que también fue discipulo de ese gran maestro y competidor que fue sensei Fukuma¿Es así?
Agustín
Agustín
Agustín, conocí a varios de sus alumnos ya que a Las Heras traía habitualmente invitados para que vieran más la parte de Jiu-jitsu ya que en los clubes se volcaba más a enseñar competencia.
Siempre contaba que las técnicas de defensa era lo que más le gustaba, incluso en su colimba que hizo en la armada, terminó dando cursos para los oficiales.
En particular no me acuerdo de muchos de esos nombres, hoy traté de recordar el de un remero de tigre que fue al único que llevó a dan en un año, Pedro no era afecto a las graduaciones y por eso siempre resaltaba ése caso.
Con justicia, debo nombrar a varios y deseo no olvidar de ninguno..
En la primaria a la señorita Aida en primer grado que aspiraba profundamente la hache para que no olvidásemos escribir la letra muda y a la señora de Astorri, una maestra cordobesa que tuve en quinto y sexto grado que cuando se enojaba decía sin levantar la voz -¡Pórtense bien, sotretas!- y nos hacía callar a todos. Aprender con ellas era una consecuencia lógica al amor y dedicación con la que se paraban al frente del aula.
En la secundaria a la señorita Rivara, de Literatura, que nos contagió el amor por la lectura hasta a los más reacios. En una oportunidad ofreció ir a su casa a los que estaban un poco flojos en el análisis de un libro cuyo título no recuerdo. Tímidamente levantaron la mano tres o cuatro compañeros. Nos pusimos de acuerdo para ir casi toda la división, unos veinte alumnitos, pero sin avisarle. Vivía con su mamá, también docente de Literatura ya jubilada, en un semipiso cercano a Cabildo y Juramento. Compramos masas y facturas en una buena panadería de la zona. Cuando tocamos el timbre y bajó casi se desmaya. Subimos y nos sentamos en el piso sobre almohadones. La mamá y ella nos dieron una clase magistral. En un alto, le dice a la mamá -Aquí está el alumno que me imita... ¡Vamos, López! Así mi mamá ve como lo hace- mientras Oscarcito López comenzaba a tornarse incandescente. Finalmente se animó y la mamá se mataba de la risa al igual que su hija, tanto o más que nosotros. Nunca supimos como se enteró de las habilidades imitativas de López quien, remedando a Borges, no sabía que ella sabía.
Otro es el profesor de Historia, el doctor Pedro Cedrés, un abogado que nos hacía estudiar con los documentos de Historia Argentina de Etchart Duzón, textos de la época y con mapas. Las visitas a los museos eran clases magistrales hasta para los guías que lo miraban sorprendidos por sus conocimientos y su didáctica. Éramos varios los que teníamos diez de promedio y no regalaba nota. Estudiar era un placer. Aún recuerdo detalles: San Martín cruzó los Andes en ocho oportunidades, ninguna de ellas por turismo.
¡Hermosos recuerdos!
En la primaria a la señorita Aida en primer grado que aspiraba profundamente la hache para que no olvidásemos escribir la letra muda y a la señora de Astorri, una maestra cordobesa que tuve en quinto y sexto grado que cuando se enojaba decía sin levantar la voz -¡Pórtense bien, sotretas!- y nos hacía callar a todos. Aprender con ellas era una consecuencia lógica al amor y dedicación con la que se paraban al frente del aula.
En la secundaria a la señorita Rivara, de Literatura, que nos contagió el amor por la lectura hasta a los más reacios. En una oportunidad ofreció ir a su casa a los que estaban un poco flojos en el análisis de un libro cuyo título no recuerdo. Tímidamente levantaron la mano tres o cuatro compañeros. Nos pusimos de acuerdo para ir casi toda la división, unos veinte alumnitos, pero sin avisarle. Vivía con su mamá, también docente de Literatura ya jubilada, en un semipiso cercano a Cabildo y Juramento. Compramos masas y facturas en una buena panadería de la zona. Cuando tocamos el timbre y bajó casi se desmaya. Subimos y nos sentamos en el piso sobre almohadones. La mamá y ella nos dieron una clase magistral. En un alto, le dice a la mamá -Aquí está el alumno que me imita... ¡Vamos, López! Así mi mamá ve como lo hace- mientras Oscarcito López comenzaba a tornarse incandescente. Finalmente se animó y la mamá se mataba de la risa al igual que su hija, tanto o más que nosotros. Nunca supimos como se enteró de las habilidades imitativas de López quien, remedando a Borges, no sabía que ella sabía.
Otro es el profesor de Historia, el doctor Pedro Cedrés, un abogado que nos hacía estudiar con los documentos de Historia Argentina de Etchart Duzón, textos de la época y con mapas. Las visitas a los museos eran clases magistrales hasta para los guías que lo miraban sorprendidos por sus conocimientos y su didáctica. Éramos varios los que teníamos diez de promedio y no regalaba nota. Estudiar era un placer. Aún recuerdo detalles: San Martín cruzó los Andes en ocho oportunidades, ninguna de ellas por turismo.
¡Hermosos recuerdos!
No hice jardín pero tengo un hermoso recuerdo en la señorita Inés de guardería , sobre todo porque vive acá a la vuelta y es una mujer aun joven. No hace mucho me dio unas fotos que guardaba de cuando tuve que disfrazarme de la vaca estudiosa, la que no salió es mi hermana , porque los pibes me tiraban tizas.
Del secundario , un profesor que cualquier compañero mío debe tener el mismo recuerdo:era un alemán que apenas hablaba Castellano, Günther Walther.
Era doctor en matemáticas física y química, El que le entendía se daba cuenta que además era un brillante docente. Nos ponía nota por las resoluciones por la prolijidad y por la caligrafía
Me enseñó a ser exacta en la matemática, me pulió el razonamiento y me dio una cantidad de herramientas que nunca las voy a olvidar. Con él era amor u odio y lo mio fue admiración.
Agrego que le faltaba la mitad de los dedos. Algunos creiamos que los habia perdido por una bomba en la Guerra. Otros, en algun experimento, ya que metia las manos en cualquier ácido. Voy a intentar subir alguna foto
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Raro y celestial don, el que sepa sentir y razonar al mismo tiempo.
(Vittorio Alfieri)Cada loco con su Cuak !
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