. Resulta de utilidad recordarlo en estos tiempos, en los que con tanta frecuencia se confunde diálogo con negociación o, peor todavía, con transacción. Pero la diferencia es clara. En estas últimas de lo que se trata es de mirar de compatibilizar intereses contrapuestos obteniendo el mayor beneficio posible o, si no hay otra, el menor perjuicio. En el diálogo, en cambio, lo que se encuentra en juego no son los intereses particulares, sino las ideas, las opiniones de cada cual, de manera que un diálogo provechoso no es el que nos permite continuar sosteniendo aquello de lo que veníamos previamente convencidos, sino, por el contrario, justo aquel otro que nos enriquece con lo mejor de nuestro interlocutor. O, en el extremo, aquel que nos hace ver que estábamos profundamente equivocados y nos saca, gracias a las ideas de la persona con la que dialogamos, de nuestro error. Dialogar, entonces, es correr el riesgo de cambiar de opinión. En cierto modo, bien podríamos afirmar que constituye la aventura intelectual por exelencia.