TARJETAS, CELULARES, TOKENS Y DEMAS YERBAS


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Publicado por
@ROBERTO

14/07/2022#N79480

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El Puma Flores verifica tener lo necesario antes de partir a la aventura, no vaya a ser que se le olvide cualquier plástico y la frustración lo abrume, como ya le ocurrió la vez anterior en el banco. Porque ésta será una aventura clásica a lo Sandokan, sin duda. Verifica documentos, tarjetas, anteojos, birome por si acaso, claves logradas, usuarios anotados, todo, hasta él mismo, pero con el ánimo alto. Por supuesto, no olvida meter la pistola en el bolsillo de la cazadora. Y sale. Y acude al banco. Llega, sabiendo que está ingresando al templo mayor del nuevo orden mundial. No lo hace de manera efectiva pero mentalmente se santigua. El guardia, un gordo-bueno como dice la canción, le ayuda. Mete la tarjeta en el cajero automático, como corresponde. Empieza con potente rigor para no meter la pata. Sabe la clave, no se le olvidó. Se repite que es la nueva, la que en la visita anterior el empleado le había cambiado sin que recuerde el motivo, pero no importa. Saca el papel recordatorio, lee y hace trabajar los dedos. Buena onda con el cajero. ¿Todo bien?... No. Algo anda mal. Le da equivocado el documento. El guardia le dice que pruebe donde dice libreta de enrolamiento, no, eso es de las cavernas. Quizás el cajero acepte el mismo truco que en el tótem para la supervivencia, donde hay que poner el índice, pero en algunas máquinas hay veces que al índice le dan poca bola y sí aceptan el pulgar. Magia-argentina. Vuelve a enchufar la tarjeta, repite la operación rogándole a su finada y adorada madre y, sin avergonzarse, la puentea rogándole al propio Señor de las Alturas, y esta vez ¡SÍ!, consigue el TOKEN (¿qué significará?, suena a música de negros, no, ojito que voy en cana, música africana, sí). El papelito impreso con el número mágico le permite pasar la puerta de vidrio y, en otra máquina-mágica, marcar su DNI para recibir otro papelito con su turno. Muy bien. Pasa con el fierro lo más campante, raro, no hay detectores de seguridad. Siéntese por allá, le indica el gordo-bueno.

Espera sentado. Le toca. Acude a la ventanilla que lo blanquea, sudando. Suda el Puma Flores porque es su debut con el Celular. Hasta ahora se había hecho el revolucionario negándose al new-modernismo, pero la realidad del nuevo universo es tan atroz que decidió flamear la bandera de la paz y aceptar las nuevas reglas imperantes. Por suerte le toca el mismo muchacho que tan bien lo había atendido. Todo el viento a favor, macanudo. Hola, Hernán, ¿te acordás de mí?, me atendiste la semana pasada y no pudimos hacer lo del token porque no tenía Celu, así que mi hija se compró otro y me regaló el de ella… Y sin necesidad, sólo por el nervioso cagazo que lleva encima, agrega más tonteras que al muchacho le importan tres rábanos, pero es para hacerse el simpático. Se ve que a Hernán le cae bien que el tipo recordara su nombre, pero ni en pedo se acuerda de haberlo visto antes, de todos modos, le sonríe y le miente ¡ah, sí! ya me acuerdo, aunque ambos saben que atendiendo mil personas al día ningún empleado puede acordarse de nadie ni aun cuando el sometido-cliente se llame Putin y emerja de su propio museo de cera. Saca el celular y con solvencia entra a la aplicación que le bajó su hija. Percibe que está haciendo buen papel y eso lo tranquiliza. El muchacho es amable y le explica que el token viene a reemplazar a las tarjetas coordenadas. Todo sale diez puntos. El número que consiguió en el cajero se filtra en el celular y así el Puma Flores adquiere pasaporte logrando integrar el equipo de los zombis que cruzan la 9 de Julio mirando fijamente el celular sin preocuparse de que los transportes de turismo puedan pasarle por encima. Le agradece al muchacho y se despide como si le hubieran dado un préstamo sin interés en un país que no sabe vivir sin inflación. De tan contento casi-casi que le da un beso al guardia.

Ya en casa, bebe una gaseosa en el balcón mientras espera a su hija para que le ayude terminar la operación en la computadora. El solcito se está yendo, así que se pone un suéter para no tentar al diablo a pesar de que ya tiene la vacuna antigripal. Llega su hija del trabajo cargando los quichicientos mil problemas de todo buen ciudadano que paga millones de impuestos. Ella lo va guiando en la computadora y él tiene que ver de no equivocarse y quitar la tilde donde dice documento y poner usuario para no alarmarse mal. Amorosamente, ella lo va llevando como quien reta a su querido perrito. Pero como el objetivo deseado ya casi está al alcance, él evita calentarse. En la compu le dicen que ponga el número de token que le acaban de enviar. El mágico número aparece en el celular. ¡Tiene 40 segundos para copiarlo! Ella se lo canta y él da en el clavo. ¡Todo sale magnífico!... Está tan emocionado que tiene miedo de que se le vuele alguna lagrimita. Ella vuelve a lo suyo y él no cabe en su continente por la tanta felicidad inflacionada (¿será así?, si no es así digamos que es un neologismo y chau) …

Para festejar sale a caminar. Se mete en el bar de sus amores. Desde lejos el mozo le hace señas y él responde que sí. Franco le trae el café y esas cositas dulces. Entonces el Puma Flores, casi como un héroe recién vuelto de la Ucrania bombardeada, le cuenta su odisea, y le explica que ahora él podrá transferir desde su computadora la jubilación que le depositan en un banco que le queda lejos al suyo. Sabés, ya estaba harto de cagarme de frío bajo la lluvia… El mozo le dice que tenía que hacer lo mismo, pero otro cliente me dijo que fuera directamente a Anses y pidiera cambio de banco y listo; lo hice y ya… Se genera un incómodo y brevísimo silencio, el Puma Flores entiende que ha quedado como un reverendísimo boludo; palpa la pistola, pero garboso, como siempre, trata de salvar la ropa: sí, claro, es otra opción… Como no sabe seguir argumentando, disimula un apresuramiento para sorber el café… ¿No le ponés azúcar?, le avisa el mozo amigo, que ya se está yendo porque lo convocan desde otra mesa…

Por Enrique Medina

 

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