Escritos en servilletas de bares.

 

Les dejo uno de mis escritos de servilletas de papel en un bar. Sensaciones. Contame, si querés, la tuya cuando te sentás sola/o a una mesa haciendo tiempo por algún motivo. Se piensan "cosas", se sienten otras aunque no las escribas. Y no me reservo derecho de admisión, todas las anécdotas son bienvenidas. Abrazos de bar. Va.

 

 

La casa se reserva el derecho de admisión.

"La casa se reserva el derecho de admisión" anunciaba un papel pegado en el espejo que tenía a mi izquierda. Y yo pensé que nosotros, "el de entrar"; pero ya estaba ahí, en el barcito que elegí para hacer tiempo. Pintaba para histórico, después me convencí de que no, de que bodegón armado con lo que quedaba en cada casa de pariente, de todo eso que no se usa y se aprovecha. Sí, un bodegón, entonces no pintoresco, aunque me empeciné en que sí. Y como tenía un encuentro con la década del ochenta, me quedé instalada contra la ventana, persuadida de que me gustaba mucho. Y como iba del presente para atrás, parece que la vida me hizo "girar la perilla a la derecha, y tirar para AFUERA AFUERA, POR FAVOR, como gritaba el cartel que estaba en la puerta. Y de sensaciones forzadas hacia lo bello me iba llenando mientras revolvía mi cartera buscando una lapicera, como hago siempre. Y que un espejo con puntillas de hierro como en mi época de quince años, y otro más moderno, y más acá otro más, huésped de calcomanías,, debajo del viejo televisor. Y varios sifones olvidados en un estante, bien arriba casi contra el techo frente al ventilador, y los manteles todos iguales de esas cuerinas que ya no vienen (reliquias, digamos), alojando palillos hasta que llegara un nuevo comensal, o como si recién se hubiese ido uno. Sonaba el teléfono que tenía colgado casi sobre mi cabeza y se me antojó evocar a Rolando Rivas para sentir mi alma adornada. Cambié el menú del día por algo más rápido y un alterado ¡Qué pasa, señora!, del dueño (una traducción de qué diablos quiere ahora) fue reemplazado por un "sí, no se haga problemas". Me aclaraba, amablemente, que sí, que me custodiaba los libros que dejaba sobre la mesa para dedicar a mi amigo, mientras iba al baño, previo paso por un patiecito de conventillo o caserón, sí, mejor caserón de San Telmo no tomado por inmigrantes, sí abandonado por los de alta alcurnia en su huida estrepitosa hacia la zona norte. Y allí me quedé instalada frente a macetas de diferentes colores, un trapo de piso puesto en una "batea" custodiando un frasco gigante de aceitunas. Y como a las bisagras de la puerta del baño ya no le quedaba mucho revoque para sostenerlas, no podía quedarme mirando telarañas viejas que contrastaban con la limpieza de los sanitarios. Y "paredón y después" volví a la mesa, airosa, feliz de estar ahí, sabiendo que al salir, tenía que bajar la barra roja y empujar como gritaba otro cartel. La puerta era ésa, sin dudas; varias flechas verdes rezaban SALIDA en un espacio sin laberintos. Igual guiarían mi camino cuando yo decidiera abandonar el lugar que no terminaba de afirmar si era "la esquina del herrero, barro y pampa" Y no. En el "mientras tanto" desfilaban los vecinos a buscar el menú del día,era como "un paso y me quedo un rato" y el partido de River, y si salsa roja o roja, y si una especial sin postre, y el qué hermoso día de sol", y la propaganda de Tv interrumpiendo la conversación del abuelo y nieto que tenía a menos de un metro. Y se me antojó que no era el Café la Humedad y sí, el bodegón del tío. Me gustó: el bodegón del tío.

Gaby.