Ética a Nicómaco»: Cómo Alcanzar la Felicidad Aristoteles


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@DANTEX

28/02/2023#N81662

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Sobre el bien y la felicidad
Ética a Nicómaco comienza mostrando que todo lo que existe está orientado hacia un fin que le es propio. Esto es evidente, por ejemplo, en los objetos: el fin del cuchillo es cortar y el de la escoba es barrer. Decimos que hay un buen uso de estos utensilios cuando cada objeto se orienta hacia su fin y, por el contrario, hablamos de un mal uso cuando intentamos barrer con el cuchillo o cortar con la escoba. Si queremos saber cuál es la vida buena de los seres humanos, deberemos preguntarnos cuál es el fin más propio del ser humano. Esta es la pregunta crucial que inaugura el primer libro de la Ética a Nicómaco.

La respuesta, para Aristóteles, es la eudaimonia, que literalmente significa «buen espíritu» y que se ha traducido tradicionalmente como «felicidad». Así como el del cuchillo es cortar, el fin natural del hombre es la felicidad, pues todos la buscamos sin necesidad de que nos lo digan. El ser humano tiende a la felicidad y, para Aristóteles, esto es algo evidente y que no necesita explicación alguna. Sin embargo, en lo que hay más discrepancia es en el contenido de la felicidad. ¿Qué significa ser feliz?

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Antes de empezar a desentrañar este concepto, Aristóteles señala que, aunque es bueno perseguir el bien de cada uno (la felicidad propia), es mejor y más elevado perseguir la felicidad de todos. Así, ética y política se dan la mano porque las acciones para perseguir la vida buena deberán también estar acompañadas de acciones que busquen que los conciudadanos tengan una vida igualmente feliz.


Para comenzar esta investigación acerca del contenido de la felicidad, Aristóteles dice que los bienes para el ser humano pueden ser de dos tipos: los que son bienes por causa ajena y los que lo son por sí mismos. A los primeros los llamamos bienes porque nos llevan a otro bien mayor (como cuando decimos que está bien comer sano porque así vivimos más). La felicidad, en cambio, parece ser del segundo grupo, porque se persigue no por mor de nada externo, sino por ella misma. De hecho, parece que el resto de los bienes (materiales e intelectuales) son perseguidos con el fin último de alcanzar la felicidad.

Ética y política se dan la mano porque las acciones para perseguir la vida buena deberán estar acompañadas de acciones que busquen que los conciudadanos tengan una vida igualmente feliz

Para perseguir la felicidad, no todos los bienes son igualmente válidos. En la Ética a Nicómaco encontramos distintos tipos de bienes: materiales (comida o fortuna), bienes sociales (como el honor o la fama) y bienes intelectuales. Como la felicidad es cosa del alma (y no del cuerpo) y no depende de nada externo, solo los bienes intelectuales parecen ser los adecuados para llegar a la felicidad. Según Aristóteles, una vida feliz es una vida racional, una vida intelectual.

Que la felicidad resida en la vida racional no quiere decir que baste con el intelecto para ser feliz. Aristóteles dice a este respecto que «con todo, la felicidad necesita también de los bienes exteriores, como dijimos; pues es imposible o no es fácil hacer el bien cuando no cuenta con recursos». Para nuestro autor no hay posibilidad de hacer el bien moral sin un nivel mínimo de bienes materiales.

Una vez tenemos ese mínimo de bienes materiales, para alcanzar la felicidad es necesario, dice Aristóteles en Ética a Nicómaco, el ejercicio de la virtud. La virtud es la acción orientada hacia el bien que nos es propio como seres humanos. Así, decimos que un cuchillo es virtuoso cuando corta bien; y decimos, en cambio, que está estropeado o viciado cuando no lo hace. De los humanos diremos lo mismo: alcanzaremos la felicidad cuando practiquemos la virtud y nos alejaremos de ella cuando practiquemos el vicio.

Pero ¿qué virtudes podemos practicar? Aristóteles distingue entre virtudes éticas y virtudes dianoéticas. Estas últimas son virtudes intelectuales como la sabiduría o la comprensión. No son estas las que nos llevan a la felicidad, sino que son las primeras, las éticas, las que son responsables de una vida feliz. Algunos ejemplos de virtudes éticas son la generosidad o la templanza.

Al final de este primer libro, Aristóteles hace su célebre tripartición del alma humana. Divide el alma humana en una parte vegetativa (la relacionada con la nutrición y crecimiento), otra parte irracional (que atañe a los deseos e impulsos) y otra racional específicamente humana (relacionada con la inteligencia y la contemplación).

La felicidad es cosa del alma (y no del cuerpo) y no depende de nada externo, por lo que solo los bienes intelectuales parecen ser los adecuados para llegar a la felicidad

Sobre las virtudes: hábito y término medio
(libro II)
A partir de lo anterior, el libro es un estudio acerca de las virtudes éticas. Estas virtudes nos indican cómo vivir y son placenteras en sí mismas. Esto último es muy importante, porque en contra de la opinión común que sostiene que ser virtuoso es un esfuerzo, Aristóteles señala que es placentero por sí mismo. Ser virtuoso no es sacrificio, sino algo grato.

Es de crucial importancia saber que estas virtudes no están en nosotros de forma innata, no son parte de nuestra naturaleza, sino que hay que adquirirlas por medio del hábito. Nadie nace justo; para ser una persona justa, debemos ser justos en nuestro día a día, practicar la virtud. Para ser bueno hay que hacer el bien, defiende Aristóteles en Ética a Nicómaco. Y no vale con hacer alguna acción buena de vez en cuando, sino que es la práctica continuada (hábito) la que nos permitirá ser una persona virtuosa.

¿Y cómo saber lo que hacer en cada caso? ¿Deberemos estudiar virtud por virtud para saber cómo comportarnos? No hace falta. Aristóteles nos provee de una regla general que nos va a permitir alcanzar la mayoría de las virtudes: el término medio. Veamos un ejemplo: el que no teme a nada y a todo se enfrenta sin valorar riesgo alguno es un temerario; el que a todo le teme y no puede hacer su vida con autonomía es un cobarde. La virtud para Aristóteles es el punto medio entre los dos extremos: el valiente es quien se enfrenta a los miedos con inteligencia y se sitúa entre el cobarde y el temerario.

La justicia, en algunos casos, también tiene forma de término medio. Para Aristóteles, es injusto lo que es desigual y es justo lo que iguala los extremos. De hecho, cuando alguien sufre un agravio intentamos igualar los dos extremos: quitamos al que ha salido ganando con la fechoría y otorgamos al que ha perdido.

Sin embargo, la regla del término medio no es universal. Es importante señalar que hay vicios que no contemplan el término medio: entre no matar y matar a diez personas, la virtud no yace en el término medio (matar a cinco personas), sino en uno de los extremos (no matar). El término medio no es una medida numérica, sino que es una medida moral. Normalmente la virtud está en el término medio, pero no es infrecuente el caso en que el bien sea un extremo en sí mismo.

Estas virtudes no están en nosotros de forma innata, no son parte de nuestra naturaleza, sino que hay que adquirirlas por medio del hábito

El dominio de uno mismo —tan alabado en la Antigua Grecia— es fundamental para mantenerse en el término medio. El intemperante tendrá muy difícil alcanzar dicho estado intermedio, porque para estas personas el sufrimiento que aparece en la abstinencia es difícil de mantener ante el placer del vicio. Tenemos que educar al cuerpo para que goce en la contención de los abusos, dice Aristóteles. Nadie puede mantenerse en la virtud si esta le produce dolor y, viceversa, cuando permanecemos en el vicio es porque este es, de alguna forma, placentero. No debemos dejarnos llevar por el placer o el dolor, sino educar al cuerpo para que goce en la virtud y repudie el vicio.

¿Y por qué permanecemos en el vicio si muchas veces nos acarrea más sufrimiento que placer? Sócrates había dado una respuesta intelectualista: se obra mal por ignorancia; basta con conocer el bien para hacerlo. Aristóteles no cree que sea tan sencillo, pues el médico (que conoce los perjuicios del tabaco) también fuma. La clave está no en el conocimiento, sino en la voluntad. Dice a este respecto en un pasaje de la Ética a Nicómaco:

«La incontinencia es precipitación o debilidad; unos, en efecto, reflexionan, pero no mantienen lo que han reflexionado a causa de la pasión; otros, por no reflexionar, ceden a sus pasiones; pues algunos son como los que no sienten las cosquillas habiendo primero cosquilleado a los otros, y así, presintiendo y previendo y preparándose ellos mismos y su razón, no son vencidos por la pasión, sea esta agradable o penosa».

A pesar de que el conocimiento no es el núcleo de la virtud, la práctica moral no puede ir deslindada del conocimiento. Aquel que hace el bien sin saberlo no puede ser llamado virtuoso. Para ser justo, hay que realizar acciones justas, pero sabiendo lo que se está realizando y por qué se está realizando. No basta con ser consciente de que uno está haciendo la justicia, hay que saber, además, por qué la hacemos.

Dicho lo anterior, para Aristóteles la virtud no es asunto de pasiones o sentimientos, sino una práctica voluntaria y de decisión. Aquel que se comporta de forma generosa tan solo por piedad o por pena no diremos nunca que es virtuoso. Tan solo el que actúa por convicción racional y decisión deliberada es verdaderamente una persona virtuosa para el filósofo griego. La advertencia también aparece a la inversa: igual que no se es justo por la práctica sin conocimiento, no se es justo por el conocimiento sin práctica. Aristóteles señala la inutilidad de un conocimiento que no es puesto en marcha.

La virtud para Aristóteles es el punto medio entre los dos extremos: el valiente es quien se enfrenta a los miedos con inteligencia y se sitúa entre el cobarde y el temerario

Sobre la voluntad
(libro III)
En este tercer libro de Ética a Nicómaco, Aristóteles distingue entre obrar por ignorancia y obrar en ignorancia. Se obra en ignorancia cuando se realizan acciones sin ser consciente (como cuando se realiza algo estando ebrio). En cambio, se obra por ignorancia cuando se hace una acción conscientemente, pero no se sabe que está mal. Ambas situaciones son menos reprochables que un vicio voluntariamente llevado a cabo, pero, dice Aristóteles, deben ir acompañadas de arrepentimiento.

Discute Aristóteles también en esta parte del libro la naturaleza de la justicia. Como ya vimos antes, la justicia correctiva se basa en la igualdad, esto es, en una proporción aritmética. Todos somos iguales ante la ley y a todos debemos tratar de la misma forma. El juez, dice Aristóteles, busca recomponer la igualdad ante los agravios. Así, cuando alguien roba, el juez buscará quitar al que ha ganado y dar al que ha perdido.

En el reparto de bienes y riquezas, en cambio, la justicia no es una proporción aritmética, sino geométrica. En otras palabras, en este caso no hay un reparto igual de los bienes, porque hay injusticia si los desiguales se reparten los bienes de igual manera. Este tipo de proporciones se caracterizan no porque tenga que haber la misma distancia de A a B que de B a C, sino porque la distancia A-B debe tener la misma proporción que la distancia B-C.

Sobre la amistad
(libro VIII)
Para reflexionar acerca de la amistad, lo primero que hay que tener en cuenta es qué puede ser objeto de amistad. En Ética a Nicómaco, Aristóteles llega a la conclusión de que solo puede ser objeto de amistad lo que es amable (lo que tiene capacidad de ser amado). Tres son las dimensiones que encuentra amables en la amistad: lo útil, lo placentero y lo bueno. Por consiguiente, dice el filósofo, habrá estos tres tipos de amistad.

La amistad basada en la utilidad se caracteriza porque la otra persona nos proporciona algo que necesitamos. Suelen ser los amigos del instituto o del trabajo. Estos amigos son útiles en cuanto nos hacen más llevadero un espacio obligado de nuestra rutina diaria. En el capítulo dedicado a este tipo de amistad, Aristóteles señala el carácter efímero de estas relaciones: basta que se acabe la necesidad para que se acabe la amistad.

La amistad basada en lo placentero suele perdurar más. Un ejemplo de este tipo de amistad es cuando somos amigos de una persona graciosa, cariñosa o atenta. No necesitamos a esa persona, pero su compañía nos produce placer. Para Aristóteles, estos dos tipos de amistades son imperfectas porque no se es amigo del otro por el otro mismo, más bien se es por beneficio o disfrute propio.

En cambio, la amistad perfecta se da entre personas buenas que se desean el bien mutuamente, pero no por egoísmo, sino por cuidado y responsabilidad hacia el otro. Es la amistad propia de personas virtuosas que hacen el bien a su amigo no por utilidad o placer, sino porque su propio carácter es virtuoso. Este tipo de amistades son, además, placenteras, porque uno disfruta —dice Ética a Nicómaco— con lo semejante. El placer aquí es un mero derivado accidental, no el fin de la amistad.

Según el filósofo griego, las personas malas no pueden tener este tipo de amistades, ya que la amistad perfecta es una amistad basada en la virtud personal. Las personas malas solo pueden tener amigos por utilidad o placer. Los malos no gozan por los otros, sino solo por ellos mismos.

Solo el que actúa por convicción racional y decisión deliberada es verdaderamente una persona virtuosa

Sobre los placeres
(libro X)
En esta última parte de la Ética a Nicómaco, Aristóteles refuta las teorías éticas que demonizan al placer (intelectualistas), pero también a aquellas que señalan que el placer es lo bueno (hedonistas). Para Aristóteles, y en contra de las teorías intelectualistas, el placer es necesario e inevitable: si tengo sed y bebo, me dará placer. En contra de los hedonistas, dice nuestro autor que hay placeres que se excluyen entre sí (como cuando decidimos ir con unos amigos en vez de ir con otros). Como consecuencia, es absurdo afirmar que el faro de nuestras acciones debe ser el placer, porque estos son excluyentes entre sí la mayoría de las veces.

Lo importante para Aristóteles no es si debe o no debe haber placer, sino que los placeres tengan fines buenos. Podemos gozar en la virtud y en el vicio, así que el placer no nos permite distinguir entre ambos. De hecho, dice Aristóteles, el placer de la felicidad y de la virtud es mucho mayor, pues no va asociado a dolores y sufrimientos (como los vicios) y es mucho más duradero.

Conclusiones
Ética a Nicómaco es una obra capital para cualquier persona interesada en la moral, la felicidad y la vida práctica. La sorprendente actualidad de las conclusiones a las que llegó Aristóteles no debe sorprendernos, sino mostrarnos la permanencia de uno de los problemas fundamentales del ser humano durante toda su historia: cómo ser feliz.

Cinco citas de Ética a Nicómaco
«Con todo, la felicidad necesita también de los bienes exteriores, como dijimos; pues es imposible o no es fácil hacer el bien cuando no se cuenta con recursos».
«Entonces, el bien humano es una actividad del alma conforme a la virtud en una vida completa, pues una sola golondrina no hace verano, ni tampoco un solo día: y así ni un solo día ni un corto tiempo hacen al hombre feliz ni próspero».
«Más todavía, es posible errar de muchas maneras; en cambio, acertar es posible de una sola manera».
«Pues propios del vicio son exceso y defecto, mientras que de la virtud es propio el término medio».
«Ahora bien, de aquí se originan disputas y litigios cuando los iguales no tienen, ni se reparten, partes iguales, o los no iguales tienen, o se reparten, partes iguales».
Para saber más… Cinco grandes preguntas que se hizo Aristóteles

Para saber más… Aristóteles: el filósofo que conoció todo

Para saber más… Aristóteles: somos alma, cuerpo y razón

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