LA ARGENTINA INSOLENTE


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@HASGRA

09/03/2006#N8435

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LA ARGENTINA INSOLENTE
En mi casa me enseñaron bien, pero todo estaba mal.
Cuando yo era un niño, en mi casa me enseñaron a honrar dos reglas sagradas:

Regla N° 1: En esta casa las reglas no se discuten.
Regla N° 2: En esta casa se debe respetar a papá y mamá.

Y esta regla se cumplía en ese estricto orden. Una exigencia de mamá, que nadie discutía... Ni siquiera papá. Astuta la vieja, porque así nos mantenía a raya con la simple amenaza: "Ya van a ver cuando llegue papá". Porque las mamás estaban en su casa. Porque todos los papás salían a trabajar...
Porque había trabajo para todos los papás, y todos los papás volvían a su casa.
No había que pagar rescate o ir a retirarlos a la morgue. El respeto por la autoridad de papá (desde luego, otorgada y sostenida graciosamente por mi mamá) era razón suficiente para cumplir las reglas.

Usted probablemente dirá que ya desde chiquito yo era un sometido, un cobarde conformista o, si prefiere, un pequeño fascista, pero acépteme esto:

era muy aliviado saber que uno tenía reglas que respetar. Las reglas me contenían, me ordenaban y me protegían. Me contenían al darme un horizonte para que mi mirada no se perdiera en la nada, me protegían porque podía apoyarme en ellas dado que eran sólidas. Y me ordenaban porque es bueno saber a qué atenerse. De lo contrario, uno tiene la sensación de abismo, abandono y ausencia.
Las reglas a cumplir eran fáciles, claras, memorables y tan reales y consistentes como eran "lavarse las manos antes de sentarse a la mesa" o "escuchar cuando los mayores hablan".

Había otro detalle, las mismas personas que me imponían las reglas eran las mismas que las cumplían a rajatabla y se encargaban de que todos los de la casa las cumplieran. No había diferencias. Éramos todos iguales ante la Sagrada Ley Casera.
Sin embargo, y no lo dude, muchas veces desafié "las reglas" mediante el sano y excitante proceso de la "travesura" que me permitía acercarme al borde del universo familiar y conocer exactamente los límites. Siempre era descubierto, denunciado y castigado apropiadamente.

La travesura y el castigo pertenecían a un mismo sabio proceso que me permitía mantener intacta mi salud mental. No había culpables sin castigo y no había castigo sin culpables. No me diga, uno así vive en un mundo predecible.
El castigo era una salida terapéutica y elegante para todos, pues alejaba el rencor y trasquilaba a los privilegios. Por lo tanto las travesuras no eran acumulativas.
Tampoco existía el dos por uno. A tal travesura tal castigo. Nunca me amenazaron con algo que no estuvieran dispuestos y preparados a cumplir.

Así fue en mi casa. Y así se suponía que era más allá de la esquina de mi casa. Pero no. Me enseñaron bien, pero estaba todo mal. Lenta y dolorosamente comprobé que más allá de la esquina de mi casa había "travesuras" sin "castigo", y una enorme cantidad de "reglas" que no se cumplían, porque el que las cumple es simplemente un estúpido (o un boludo, si me lo permite).

El mundo al cual me arrojaron sin anestesia estaba patas arriba. Conocí algo que, desde mi ingenuidad adulta (sí, aún sigo siendo un ingenuo), nunca pude digerir, pero siempre me lo tengo que comer: la impunidad. ¿Quiere saber una cosa? En mi casa no había impunidad. En mi casa había justicia, justicia simple, clara, e inmediata. Pero también había piedad. Le explicaré:
Justicia, porque "el que las hace las paga". Piedad, porque uno cumplía la condena estipulada y era dispensado, y su dignidad quedaba intacta y en pie. Al rincón, por tanto tiempo, y listo... Y ni un minuto más, y ni un minuto menos.
Por otra parte, uno tenía la convicción de que sería atrapado tarde o temprano, así que había que pensar muy bien antes de sacar los pies del plato.

Las reglas eran claras. Los castigos eran claros. Así fue en mi casa. Y así creí que sería en la vida. Pero me equivoqué. Hoy debo reconocer que en mi casa de la infancia había algo que hacía la diferencia, y hacía que todo funcionara. En mi casa había una "Tercera Regla" no escrita y, como todas las reglas no escritas, tenía la fuerza de un precepto sagrado. Esta fue la regla de oro que presidía el comportamiento de mi casa:

Regla N° 3: No sea insolente. Si rompió la regla, acéptelo, hágase responsable, Y haga lo que necesita ser hecho para poner las cosas en su lugar.

Ésta es la regla que fue demolida en la sociedad en la que vivo. Eso es lo que nos arruinó.
La INSOLENCIA. Usted puede romper una regla, es su riesgo, pero si alguien le llama la atención, o es atrapado, no sea arrogante e insolente, tenga el coraje de aceptarlo y hacerse responsable. Pisar el césped, cruzar por la mitad de la cuadra, pasar semáforos en rojo, tirar papeles al piso, tratar de pisar a los peatones, todas son travesuras que se pueden enmendar... a no ser que uno viva en una sociedad plagada de insolentes. La insolencia de romper la regla, sentirse un vivo, e insultar, ultrajar y denigrar al que responsablemente intenta advertirle o hacerla respetar. Así no hay remedio.

El mal de los Argentinos es la insolencia. La insolencia está compuesta de petulancia, descaro y desvergüenza. La insolencia hace un culto de cuatro principios:

-Pretender saberlo todo
-Tener razón hasta morir
-No escuchar
-Tú me importas, sólo si me sirves.

La insolencia en mi país admite que la gente se muera de hambre y que los niños no tengan salud ni educación. La insolencia en mi país logra que los que no pueden trabajar cobren un subsidio proveniente de los impuestos que pagan los que sí pueden trabajar (Muy justo), pero los que no pueden trabajar, al mismo tiempo, cierran los caminos y no dejan trabajar a los que sí pueden trabajar para aportar con sus impuestos a aquellos que, insolentemente, les impiden trabajar. Léalo otra vez, porque parece mentira.

Así nos vamos a quedar sin trabajo todos. Porque a la insolencia no le importa, es pequeña, ignorante y arrogante.

Bueno, y así están las cosas. Ah, me olvidaba, ¿Las reglas sagradas de mi casa serían las mismas que en la suya? Qué interesante. ¿Usted sabe que demasiada gente me ha dicho que ésas eran también las reglas en sus casas?
Tanta gente me lo confirmó que llegué a la conclusión que somos una inmensa mayoría. Y entonces me pregunto, si somos tantos, ¿Por qué nos acostumbramos tan fácilmente a los atropellos de los insolentes? Yo se lo voy a contestar, PORQUE ES MÁS CÓMODO, y uno se acostumbra a cualquier cosa, para no
tener que hacerse responsable. Porque hacerse responsable es tomar un compromiso y comprometerse es aceptar el riesgo de ser rechazado, o criticado.
Además, aunque somos una inmensa mayoría, no sirve para nada, ellos son pocos pero muy bien organizados.
Sin embargo, yo quiero saber cuántos somos los que estamos dispuestos a respetar estas reglas.
Le propongo que hagamos algo para identificarnos entre nosotros.
No tire papeles en la calle. Si ve un papel tirado, levántelo y tírelo en un tacho de basura.
Si no hay un tacho de basura, llévelo con usted hasta que lo encuentre.
Si ve a alguien tirando un papel en la calle, simplemente levántelo usted y cumpla con la regla
1. No va a pasar mucho tiempo en que seamos varios para levantar un mismo papel.
Si es peatón, cruce por donde corresponde y respete los semáforos, aunque no pase ningún vehículo, quédese parado y respete la regla!!
Si es un automovilista respete los semáforos, y respete los derechos del peatón.
Si saca a pasear a su perro, levante los desperdicios.
Todo esto parece muy tonto, pero no lo crea, es el único modo de comenzar a desprendernos de nuestra proverbial INSOLENCIA. Yo creo que la insolencia colectiva tiene un solo antídoto, la responsabilidad individual. Creo que la grandeza de una nación comienza por aprender a mantenerla limpia y ordenada.

Si todos somos capaces de hacer esto, seremos capaces de hacer cualquier cosa. Porque hay que aprender a hacerlo todos los días. Ése es el desafío.
Los insolentes tienen éxito porque son insolentes todos los días, todo el tiempo. Nuestro país está condenado: O aprende a cargar con la disciplina o cargará siempre con el arrepentimiento.

¿A USTED QUÉ LE PARECE? ¿PODREMOS RECONOCERNOS EN LA CALLE?

Dr. Mario Rosen
Espero no haber sido insolente. En ese caso, disculpe.

(¿Sería muy insolente si le pido que lo reenvíe?)

 

Comentarios

@MABE

09/03/2006

Hola Graciela : Hace un tiempito, Soystatira subió este texto, y entonces contesté lo que sigue (lo copipegué, deisculpame). Continúa siendo un excelente texto para debatir. La mayoría de los que andamos alrededor de la cincuentena y más, tuvimos hogares que, en el sentido de la educación, fueron bastante parecidos. Algunos los dejamos en el pasado y tratamos de de educar a nuestros no a la manera de los "viejos" sino a la propia. Resultamos, inevitablemente, teñidos por el cambio de la época, de creencias y de expectativas. Según recuerdo, en aquellas épocas "tan remotas" los niños éramos sólo eso, niños. A nadie se le ocurría considerarnos PERSONAS. Eramos, en el mejor de los casos, "personitas en formación" a los que se los formaba a domicilio y se les "inculcaban" informaciones en las escuelas. Si, éramos más respetuosos y prolijos y educaditos- pelo tirante y guardapolvo siempre planchado- aprendiendo que las cosas se hacían bien por temor al castigo, sin más y sin explicaciones. Y las mamás de muchos de nosotros trabajaban afuera también. ¿Qué bonito, no? (Remember la Familia Falcón). PERO, EN EL MEDIO Y A LOS LADOS, PARECE QUE PASARON MUCHAS COSAS. Y, tal vez, por no ser insolentes, de tan educaditos no más, no nos enteramos que pasaba; miramos con desconfianza al de pelo largo que empezó a rebelarse con esa música tan estridente, nos asustamos a morir de las nuevas modas que venían a distorcionar los valores prístinos de antaño y pensamos que ALGO HABRÁN HECHO. Nuestra ciudad era derecha y humana y por supuesto el silencio era síntoma de salud. Me duele el maltrato de hoy. La falta de respeto al otro, la berretada, la ausencia de gentileza y amabilidad. ME ENOJA EL "SÄLVESE QUIEN PUEDA". Pero sé, también, que décadas de represión seguidas del endiosamiento al individualismo dan como resultado una sociedad atomizada. No busco la solución atrás, no creo que el tiempo pasado fue mejor, no, de ninguna manera. Sé que hoy es lo que sirve, porque hoy sabemos más que ayer. Chorros ( que pudieran llevarse cámaras), maquiavelos y amargaos ha habido siempre y gente que educa respetando, desarrollando el libre albedrío y el deseo de "ser mejores" , también. NO QUIERO UN MUNDO, NI UNA NACIÓN, NI UNA CIUDAD LIMPIA Y ORDENADA. Para uniformada sólo falta un paso. Quiero un caos creativo y amoroso: Si, todo lo cursi que suena eso.Quiero un mundo tolerante, donde lo diferente nos resulte interesante y no despreciable. Nuestro país no está condenado. Somos lo que somos. Y somos lo que hicimos de nosotros, no surgimos expontaneamente. Y seremos lo que seremos. Disculpen la insolencia (no fue sin querer, fue limpiamente a propósito) Besos, Mabel