Las plazas en otoño

 Que tristes

            son las plazas,

                        las mañanas de otoño.

 

Llenas de árboles

y vagabundos

            desterrados del sistema.

 

Llena de hojas marchitas

y hombres quebrados,

unas por el tiempo,

            otros por la vida.

 

El sol,

baña las copas

            desnudas de los árboles.

 

Las palabras se agitan

cuando pasa,          

dormida y abrazada una pareja.

 

El ruido de los autos,

apurados por llegar a ningún lado,

destruye

            ese remanso

                        de un segundo

y nos trae de vuelta a la ciudad.

 

Caminamos despacio,

en medio de cestos

rodeados de papeles y de mugre.

 

Miramos los carteles

que advierten

que a ese pasto

(deshecho por el fútbol),

está prohibido pisarlo.                                          

 

La niebla se disipa,

            avanza la mañana.

Los cansados

            obreros y empleados

van a su trabajo.

 

El viejo Buenos aires

despunta su modorra.

 

Crece el cielo en los ojos

y el bostezo en la boca.

 

Que tristes son las plazas

las mañanas de otoño.

 

En una cuadra

el embrujo se corta

 

El camino al trabajo

retoma la rutina

de veredas mugrientas

            de tachos de basura...

de la aburrida charla entre vecinas.

 

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