Cada cosa en su lugar


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Escrito por
@ALBRI

16/02/2021#N75058

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Comparto un cuento de cuarentena. Nunca antes me hubiera imaginado que iba a escribir algo así. Pero la creatividad se va adaptando a los tiempos que corren. 

Se subió a la bicicleta fija una vez más. A todos nos recomendaban hacer ejercicios durante la cuarentena y Lara sabía que ella lo necesitaba, especialmente porque le costaba mantenerse en peso. Por eso un tiempo atrás había comprado la bici aunque, la verdad, le costaba usarla. En general estaba arrumbada en el galpón del fondo, con los bártulos viejos, algunas herramientas oxidadas y el osario de recuerdos que solo aparecen cuando alguien se muda o se muere.

Pero los tiempos ameritaban movimientos y sudores en pocos metros cuadrados y aunque ella odiaba la rutina de subir y bajar velocidades, meter el abdomen, apretar los glúteos e incrementar resistencias, ahí estaba tolerando con una media sonrisa la voz exaltada del entrenador del video de youtube.

El video siguiente que se coló en la pantalla mientras Lara bajaba de la bici era el de una joven brasilera que enseñaba a hacer tapabocas con corpiños. Las autoridades estaban aconsejando armarse algunos caseros y esa era una buena opción. Lara recordaba que tenía uno con florcitas que ya no usaba y que podía servirle para esa inusitada artesanía.

Se dio una ducha y camino al cuarto vio su imagen desnuda en el espejo. Y sí. Los años y las dulces indulgencias habían empezado a hacer estragos en su cuerpo. Las cicatrices de la cesárea y las operaciones que había tenido dejaban a la vista los surcos de los dolores que había transitado. No le había ido tan mal, sin embargo, con los hombres con los que había compartido noches de sexo y placer.  Los kilos de más que a ella le molestaban no parecían ser impedimento para los hombres que sabían dejarse seducir por su destreza al momento de acariciar o de susurrar la palabra correcta en el momento indicado.

Se vistió y buscó el corpiño con florcitas y la cajita donde guardaba hilos, agujas y demás enseres de costura y se dispuso a comenzar con la tarea de convertir un corpiño en un barbijo.

Mientras recortaba los breteles y la aguja subía y bajaba en rítmica cadencia, Lara pensaba en esa prenda femenina de dudosa popularidad. Las mujeres de todas las épocas han usado el corpiño tanto para ocultar como para resaltar sus atributos. Hubo algunas que han escondido sus pechos para poder publicar sus obras artísticas o para ir a la guerra. Otras los han puesto a la venta en el mercado a cambio de fama o fortuna.  ¿Cómo han podido sobrevivir aquellas jóvenes que apenas podían respirar pero que ostentaban pechos firmes que asomaban por encima de los encajes y los brocados de sus corsets? Algunas otras mujeres, víctimas o victimarias de un pudor mal entendido, han sucumbido a los designios inescrupulosos y egoístas de las modas y de las épocas, que mostraban mujeres mudas, pero con cinturas pequeñas y tetas erguidas, sostenidas, cubiertas de puntillas y enmarcadas por aros de acero que lastiman y molestan.  

Otras no, por supuesto. Otras lo han usado con mucha pericia como arma de seducción y de amoroso diálogo entre cuerpos y han sabido elegir telas y tramas sensibles al tacto masculino. Lara recordaba los intercambios sexuales de los que había sigo testigo el sostén que ahora estaba cortando y descosiendo y sonreía con picardía y algo de nostalgia.

Hacía ya 20 días que Lara no usaba corpiño, en realidad. No hacía falta. Trabajaba desde su casa con internet y en las sesiones de zoom no se notaba si se ponía uno. Sus tetas, al libre albedrío de la gravedad, y sin la presión de la cotidiana formalidad y del uso correcto y apropiado de las vestimentas le habían dado cierta independencia de acción, de pensamiento y de imaginación. Tampoco los muchachos usaban la corbata que en la oficina parecía indispensable. A Lara le resultaba divertido y ligeramente erótico imaginar que sus compañeros varones, en los encuentros virtuales, no estuvieran usando sus pantalones durante las reuniones en la que se discutían los vaivenes económicos de la empresa en la que trabajaban.

AL fin y al cabo, lo que valen son las ideas, los buenos propósitos y las acciones destinadas al mejoramiento de la vida humana.

El domingo Lara intentó realizar su consabida rutina en la bicicleta, pero decidió que finalmente era mejor leer un buen libro y acompañar su soledad con una buena copa de vino y la música de jazz que tanto le gustaba.

El lunes que marcaba el comienzo de la vuelta a la normalidad, Lara se levantó temprano. Finalmente volvería a la oficina y a salida saldrían a festejar.  Mientras se vestía percibió que el angelito de porcelana blanca que tenía en la mesita de luz la observaba como reprobando su elección. El adorno había sido un regalo de su abuela y, aunque no le gustaba mucho, no sabía por qué lo seguía teniendo allí, tan a la vista. Recordaba a su abuela como muy exigente con ella y muy crítica de sus decisiones. Sacar de circulación la pieza de cerámica era, de algún modo, enfrentarse a sus genealógicos escrúpulos, a sus miedos y a sus indecisiones.

Hacía más de 20 días que Lara no usaba corpiño. No hacía falta. Se calzó el pantalón negro de gabardina que le marcaba sus muslos prominentes y buscó en su placard la blusa escotada que nunca se había animado a usar.   

La bici volvió al galpón. Con el angelito, claro.

Con los pechos liberados de prejuicios y de culpas y el corpiño tapándole la boca, Lara salió a trabajar.

 

 

Comentarios

@NUVI

13/03/2021



Me gustó el estilo de escritura y tan real!!!redescubriendo habilidades, recuerdos, deseos , A la hora del trabajo  todo vuelve ala normalidad ,as mujeres sin corpiños, ni lapiz labial.....solo recuerdos

Los hombres  implementaron las barbas !!

 

 

   
@ALBRI

15/03/2021

Muy bueno tu comentario @NUVI!!