RUIDOS MOLESTOS


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Escrito por
@KARALGA

21/07/2021#N76162

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            Entré a la salita donde me esperaba mi primer defen­di­do, saludé con un gesto al agente de guardia y me senté frente al hombre que había sido detenido la noche anterior.

            A la primera ojeada, nomás, consideré acertada la me­dida de conservar cercano al agente. El aspecto del hom­bre era más apropiado para un instituto mental, pero estaba acusado de un asesinato bastante alevoso. La mezcla de po­sible psicosis y tendencia asesina me convencieron de acep­tar que el agente Ordoñez, según decía la plaquita prendida a su camisa, estuviera presente. Después de todo, esta primera visita era para tomar contacto y asegurarme que él aceptaba mis servicios. Sí lamenté que éste fuera mi primer caso como defensor de pobres. Por un momento pensé que ojalá este hombre no lo fuera, que recobrara la lucidez y llamara a su abogado.

            Apenas me senté él levantó la vista, hasta entonces fija en la mesa, y clavó en mí esos ojos inmensamente abier­tos cuyas pupilas delataban el efecto remanente del sedante que se le había aplicado. Hasta donde yo sabía, un patrullero, cumpliendo en la medianoche anterior su patrullaje de rutina, se detuvo a inspec­cionar el garaje, sospechosamente abierto, de uno de dos dúplex construidos adyacentes, como se puso de moda en los últimos años. Encontraron el cuerpo de un hom­bre, repleto de puñaladas; una de ellas le había abierto la garganta hasta casi cortarle la cabeza; también notaron que prácticamente le habían arrancado la nariz. Apenas un rato después, cuando ya se habían aglomerado dos patrulleros y una ambulancia, se abrió la puerta del dúplex de al lado y un hombre enloquecido, ensangrentado, emergió vociferando y portando un cuchillo de cocina en una mano y una maza en la otra. Consiguieron sujetarlo cuando estaba a punto de acuchi­llar el cadáver, al que le gritaba algo así como “¡Acabala, aca­bala de una vez…quiero dormir…!”. Se lo llevaron a la comi­saría. Tuvieron que inyectarle un sedante como única vía para que se calmara. Ahora, tres cuartos de día después, lo tenía sentado frente a mí, en esta salita de la alcaidía de Tribuna­les, con sus ojos que apenas pestañeaban, apretando el borde de la mesa entre el pulgar y los restantes dedos de cada mano. Temblaban un poco y eso hacía sacudir leve­mente la cade­na de las esposas. Abrí la carpeta, leí y le hablé.

  • Soy el Dr. Perry. Su nombre es Noé Cansino, ¿co­rrecto? – La respuesta demoró unos segun­dos.
  • Sí. Quería dormir. – Lo miré, sorprendido, durante más segundos que los que su respuesta había demo­rado. Aunque no dejé de mirar a Noé pude adver­tir de algún modo la sonrisa burlona de Ordoñez, que apoyaba su espalda co­ntra la pa­red, va­rios metros atrás. Continué.
  • Yo voy a encargarme de su defensa. Estoy en el cuerpo de abogados forenses. Pero necesito estar seguro de que Ud. no tiene abogado particular. –
  • No, no tengo. Pero quería dormir, entiéndalo, por fa­vor. – Suspiré, acallando el deseo de que apa­reciera un psi­quiatra forense, e intenté mantener una lí­nea ortodoxa.
  • Sr. Cansino, comprenda que Ud. está en un pro­blema muy serio. Lo primero que necesito es su acepta­ción formal de mis servicios y después…... –
  • Sí, síii…. acepto sus servicios. Pero entienda que yo que­ría dormir. No aguantaba más. –
  • …………. después de firmar unos papeles hablare­mos a solas. Ud. deberá contarme toda la verdad. Es impres­cindible. – Fue la primera vez que vi una chispa de alivio en sus ojos.
  • Sí, sí…necesito contarle mi verdad. Va a compren­der. Quería dormir….. – Traté de comen­zar el registro de datos personales.
  • Su nombre ya lo tengo. ¿Edad? –
  • Cuarenta y dos. Pero espere, que le cuento…. – Quise imponerle orden y procedimiento.
  • En seguida, espere un poco. ¿Domicilio? – Le­van­tó la voz y aferró la mesa con más fuerza. Lo noté en el blanco de sus uñas.
  • La calle Griveo, al tres mil….. Pero DÉJEME CON­TARLE…! – Hice un esfuerzo por controlar­me y me mantuve en mis trece.
  • Noé….. ¿puedo llamarlo por su nombre? –
  • Sí. ¿Y puede escucharme de una vez? –
  • Es que necesito sus datos. ¿De qué trabaja? – Sa­cu­dió la cabeza como si fuera a golpearla co­ntra la mesa. Noté que Ordoñez se tensó, allá en el fondo, para intervenir. Por suerte, Cansino habló.
  • Soy calculista de recipientes de presión. Calderas y esas cosas. – Se le escapó un principio de so­llozo y se cubrió la cara con sus manos – Estoy por perder mi trabajo. ¿Entien­de ahora? Quería dor­mir…dormir… Y ese hijo de puta no me de­jaba. – Le concedí algunos segundos y continué.
  • Cálmese, Noé. Y míreme, por favor. ¿Es casado? –
  • No. Me divorcié hace cuatro años. –
  • ¿Vive solo? –
  • Sí. Yo solo quería dormir. Trabajar bien, como siem­pre lo hice.¡ Déjeme que le cuente..! – Estiró las ma­nos y tomó la mía más cercana. Ordoñez hizo un movimiento para aproximarse pero lo frené con la mirada.
  • ¿Dónde trabaja, Noé? – Él no soltó mi mano. Bajó la ca­beza. Vi una lágrima estallar al impactar so­bre la superficie de la mesa. Un largo suspiro pre­cedió a la respuesta, pero ésta igualmente llegó con ten­sión.
  • En una fábrica de calderas en José León Suárez. ¿Sabe que se me van cuatro horas por día en viaje? Me le­vanto a las cinco de la mañana, inclu­so los sábados. – Me apenó que el hombre no sa­liera de su disco rayado. Reintenté encauzarlo en la gravedad de su caso.
  • Está bien, Noé, ya me irá contando. Ud. fue dete­ni­do anoche y se lo acusa de un hecho criminal muy violen­to………. –
  • Sí..! Y qué? Tenía que terminar con ese suplicio. No daba más. ¿¡No entiende lo que le digo, ca­ramba!? – El apretón de sus manos, que no me habían soltado, hizo doler la mía. Nuevamente frené a Ordoñez con la mirada. Algo me mantuvo callado, a ver qué salía de aquella mente en es­tado de obsesión. Noé dejó correr su verba como si hubiera adivi­nado mi propósito.
  • Hace tres meses vinieron esos nuevos vecinos. El tipo ese y su mujer. No sé cual de los dos es más desagradable. Esa misma noche empezó el pro­blema, Dr. ¡ Ay, Dr., si yo hubiera adivinado…! - Mi mano dolió nuevamente cuando él la apretó.
  • ¿Adivinado qué, Noé? –
  • Lo que iba a pasar..!  Por Dios, juro que me mu­daba de antemano. – Con cuidado fui llevándole las manos hasta su borde de la mesa y me solté mientras preguntaba.
  • ¿Qué es lo que pasó? –
  • Ronquidos. RON-QUI-DOS..! Tremendos. Ese hijo de puta es un aserradero viviente. – Casi le digo “Ya no lo es, gracias a Ud.”, pero me refrené. Ahí me di cuenta que me es­taba estresando un poco. Ordoñez recicló su queda sonrisa burlona. Busqué una salida a esta situación que me hacía sentir in­cómodo.
  • Noé, le propongo algo. Descanse bien hasta ma­ña­na y regresaré a las once para que podamos conversar en priva­do. Lo noto demasiado nervio­so. –
  • No es necesario, doctor. Solo escúcheme. – Em­pecé a guardar mis cosas en el portafolio.
  • Hágame caso, Noé. Nos vemos mañana y todo será me­jor. – Quise levantarme pero Cansino gol­peó la mesa con sus puños y me sujetó de un brazo.
  • ¡Un carajo..! ¿Qué clase de boga es usted si no quiere escucharme!?  ¿Es que no se da cuenta de lo que pasó!!!? No tuve más remedio. No tuve otro cami­no!!! – Me quedé clavado en la silla. Ordoñez re­gresó los pasos que había dado hacia nosotros. Del otro lado de la mesa llegó un borbotón oral.
  • No dormí. Esa noche ya no dormí. Le juro que mi pro­pia cama vibraba, doctor. – No pude evitar una sonri­sa por el pobre desgraciado. Ni hablar de la de Ordoñez.
  • ¿De verdad sonaban tanto? –
  • De verdad, doctor. En esos dúplex los dormitorios es­tán contiguos. La cabecera de la cama de ellos está pegada a la mía. Y las paredes parecen de car­tón. No sabe cómo repu­tié al arquitecto…. – Oculté otra sonrisa. Hubiera sido dema­siado. El borbotón siguió, rampante.
  • A la noche siguiente, lo mismo. Apenas pude dor­mir. No aguanté y golpeé la pared con la mano. No hubo caso. Me parecía que la pared se estre­mecía, le juro. Al rato, usé un zapato para gol­pear. Y enton­ces, sí. Hubo un silencio, unos mur­mullos y me llegó un insulto. No lo contesté y traté de dormir. –
  • ¿Pudo? –
  • Apenas. Antes de las cinco me desperté de nuevo. De­cidí levantarme, si ya casi era mi hora. –
  • Bueno, ahora déjeme hacerle unas…… -
  • Cuando volví del trabajo fui a golpear la puerta. Me aten­dió la mujer y llamó al marido. Qué asco de gente..! ¿Sabe todo lo que recibí de ese bes­tia? Que me mudara, si tanto me molestaba. Hijo de puta….. Esa noche me tomé una pastilla. ¿Y sabe Ud. qué gané? Me quedé dormido! Lle­gué al me­diodía. Yo, que tenía asistencia perfec­ta..! – El borbotón se estaba convirtiendo en un chorro in­detenible contra el que poco pude. –
  • Noé, necesito que…… -
  • No sabe lo que fue esa semana. Y la siguiente. Dormí va­rias noches en el sofá del living, en planta baja, pero igual me llegaban los ronquidos de ese hijo de mil putas. Que me mudara..!  ¿Por qué no se iba él, con la gorda esa que tiene de mujer, a una carpa en la Patagonia? Yo no aguanté más, doc­tor. Me dolía el cuerpo de dormir en el sofá, que es duro. Un día noté que salieron y eran las diez y no habían regresa­do. Me fui a mi cama….. A las dos de la mañana me desperté, doctor, casi flo­tando por las vibraciones. Por Dios….! – El hom­bre se agarró la cabeza y des­pués se tapó los oí­dos, como si los ronquidos es­tuvieran pre­sentes allí. Me apiadé.
  • Noé, ¿no hizo otro intento de conciliar? –
  • Qué no voy a hacer….! Esperé al sábado a la tarde, des­pués de llegar del trabajo y almorzar algo. Fui de nuevo, toqué el  timbre. No me aten­dieron. Yo sabía que estaban porque el auto es­taba allí. To­qué otra vez, largo. Salió el bra­vucón ese y a las dos pala­bras me mandó a cagar y me cerró la puerta en la cara.  No sabe cómo le pateé la puerta. Esa no­che tampoco dormí….. En el tra­bajo me estaba volviendo loco, doctor. Estaba cometiendo errores en los cálculos. – A estas altu­ras, yo ya no sabía bien qué hacer. No pude evitar desviarme un poco hacia la línea de Noé Cansino.
  • Pero, Noé, ¿no se le ocurrió ir a la policía? – Atiné a de­cirle y él se exasperó. Golpeó de nuevo la mesa. Ordoñez ni se movió esta vez.
  • Pero por supuesto, doctor..! Todo intenté. Todo..!  En la comisaría se me rieron en la cara, ¿puede creerlo? – Vi el gesto de “yo no fui” de Ordoñez – y fui a ver a un abogado. Mandamos carta docu­mento, se los convocó a una mediación, pero esos ni se acercaron. Al final, el abogado me ex­plicó que si quería podía seguir adelante, pero se­rían no menos de dos años, por las pruebas y todo eso, más un montón de dinero…. Usted debe saberlo mejor que yo……. – Asentí con la cabeza.
  • …….. y ya habían pasado dos meses, doctor. Hasta me fui a dormir a un hotel, pero me salía un dineral… ¿Y para qué? ¿Por qué, si yo tengo mi casa? Si yo vivo ahí desde hace doce años. Ya tenía ese sonido en mi cabeza, doctor. Estaba en la oficina y lo oía. Una vez mis compañeros me preguntaron qué me pasaba porque grité ¡“Basta… basta de roncar..!” en medio de una reunión de trabajo… ¿se imagina el papelón, doctor? – Le­vanté la mano en un intento por que se callara. Fue inútil.
  • Empecé a irme a la cama a las ocho de la noche. ¿Se da cuenta? Llegaba a las siete de la tarde, me bañaba, comía cualquier cosa y me acostaba. In­variablemente me desperta­ba alrededor de la me­dianoche, con esos ronquidos en mis tímpa­nos. Y después era inútil..! No dormía más. Era IN-SO-POR-TA-BLE, doctor…! …Mi trabajo….mi tra­bajo…… -
  • Cálmese, Noé. Déjeme explicarle unas cuestio­nes. –
  • ………. mi trabajo empezó a estar en peligro. Hace veinte días me llamó mi supervisor porque mis cálculos esta­ban mal… ¿sabe qué hubiera pasa­do si él no revisaba? La caldera volaba al rato de funcionar…. ¿Tiene idea de la ver­güenza que pasé? Jamás, pero jamás había fallado un cálculo en veinte años de trabajo. Esa noche no dormí, pero de ver­güenza y preocupación, doc­tor…. Creo que ni recuerdo si hubo ronquido, esa no­che. – Noé apoyó la cabeza en sus manos so­bre la mesa y jadeó su desesperación. Juro que me es­taba conmoviendo, lo cual era peligroso. Apoyé mi mano en una suya y le hablé con suavi­dad.
  • Hágame caso, Noé. Dese un día de descanso y nos ve­remos mañana. Elevaré una  nota y seguro que…… -
  • No…! Necesito hablar. Contar. Porque la semana pa­sada decidí matarlo. Sí. Lo decidí. No iba a perder mi trabajo por ese hijo de puta…. – Me quedé estupefacto. Cansino es­taba iniciando una confe­sión. Supe que el proceso era indete­nible, pero no podía tolerar la presencia de Ordoñez. En un san­tiamén, decidí aceptar el riesgo de que­darme a solas con Noé. Lo sacudí con fuerza de las ma­nos. Logré que se callara y me mirara.
  • Espere…espere…!  Agente, salga de acá, por fa­vor. Ne­cesito privacidad con mi cliente. – Ordoñez dejó la sala pero antes me regaló un gesto de “para lo que le va a servir”. Cerró la puerta apenas antes de que resurgiera el ancho río de palabras fluyendo desde una boca torcida por la furia.
  • Y no crea que no hice otro intento de arreglar las co­sas como buen vecino, doctor. Noooo…. El domingo siguiente a lo de mi supervisor fui a to­carles la puerta al mediodía. Sé que la mujer me vio por la mirilla. No dijo nada y llamó al bruto ese; yo la oí hacerlo. ¿Me quiere creer que ese animal salió a la puerta con un palo en la mano? Yo le di el “buenos días”, sin embargo, pero me contestó con un “qué mierda querés”. ¿Qué convivencia se puede esperar de alguien así, doctor? Termina­mos a las trompadas; me ligué un palazo en el hom­bro… mire, me dura el moretón. – Se corrió la camisa como pudo y, efectivamente, su hombro izquierdo era una bola vio­leta. No supe qué decir. De todos modos, lo sé, Noé no me hubiera escu­chado. Estaba absolutamente lanzado.
  • No sé como ese bestia no me mató. Me dobla en peso y altura…. Me dio trompadas hasta que quiso y an­tes de ce­rrar la puerta me juró que si seguía mo­lestándolo a él o a su mujer me iba a matar. ¿Qué piensa usted que me quedaba por hacer? Eh? No quiero decirle lo que fue el resto de esa semana. Creo que deben haber puesto adrede un micrófo­no porque el ruido fue tremen­do, peor que nunca. ¡Qué hijo de puta, el tipo ese…! Y no sé ni el nombre. Pero todo se preci­pitó el viernes de esa semana, doctor. Ahí vi que solo me quedaba ma­tarlo ….. –
  • Espere, Noé. ¿Ud. se hizo revisar? ¿No sabe si al­guien los vio pelear? –
  • …… porque el viernes pasado, a la mañana, la ge­ren­cia nos convocó para anunciarnos que la empresa había ga­nado una gran licitación por seis calderas de gran potencia y que deberíamos tra­bajar a full, con horas extras y todo, por­que había que ………. –
  • Noé, ¿no tiene testigos de la agresión? –
  • ………. entregarlas en cuarenta días. Todos nos pusi­mos contentos porque se habló de un premio en dinero, pero a la tarde me llamó el gerente. A mí!! entiende?  A míii…. para decirme que estaba al tanto de mis problemas en los últimos meses y también del error en el último cálculo y me puso en claro que me estaba jugando el trabajo y ahí sí, ahí sí que ……… -
  • Por favor, Noé…atienda lo que le pregunté. –
  • …….. me vi con mi vida arruinada porque sin tra­bajo y echado por mal desempeño ¿dónde iba a traba­jar, doctor? ¿cómo le iba a pasar a  mi ex el dine­ro para mis hijos? Por eso, doctor, com­pren­da, yo ne-ce-si-ta-ba dormir bien, mucho, tran­quilo, para trabajar sin problemas… para rendir bien ¿com­prende? – Yo lo miraba, absorto e im­po­tente, sin fuerzas ya para nada más que espe­rar el agota­miento de ese desma­dre de un dique roto.
  • ¿Comprende, doctor, por qué decidí matarlo, a ese hijo de puta? Lo decidí en el tren, regresando de la fá­brica. Quise planearlo bien pero, ¿sabe? la opor­tunidad se me dio solita, por eso creo que Dios me dio una mano….no quiso permitir que mi su­plicio continuara. Porque ayer ¿sabe? ayer yo me di cuenta que no estaban y decidí esperar, es­con­dido tras las cortinas. Media hora después lle­ga­ron. Pensé bajar y matarlos a los dos pero… no era justo…la mujer no me hacía nada, aunque era una grosera también…. Ya tenía el cuchillo en la mano cuando lo vi subir de nuevo al auto a ese hijo de puta…. la mujer le dijo algo desde la puerta y él salió. Ahí vi mi oportunidad..! Ahí supe cómo hacerlo. Así que bajé y me escondí detrás de la escalera. Al rato él regresó y metió el auto. Salí como un rayo y lo pesqué justo cuando iba a activar la puerta del garaje. En la otra mano sos­tenía una bolsa. Me vio cuando ya era tarde. Le tiré un puntazo y chilló. Y se­guí…seguí y seguí hasta que quedó muerto en el suelo. En­tonces le acuchillé la nariz. No va a ron­car más ese hijo de puta. Me aseguré. – Noé se silen­ció, sonriendo, como aliviado de la descarga. Tra­gué saliva y le pregunté suavemente, mientras avizoraba una defensa por emoción violenta o in­sa­nía temporal.
  • ¿Y qué hizo seguidamente, Noé? – Su cuerpo fue ex­hibiendo una transformación asombrosa. Se fue aflojando como un globo al que le quitan aire. Su sonrisa se ensanchó y se llenó el pecho con un suspiro profundo y satisfecho mien­tras se apo­yaba placenteramente en el respaldo. Habló en­tre­cerrando los ojos.
  • Me fui a la cama. Iba a dor-mir. Por primera vez en tres meses iba a dormir profundo, tranquilo, hasta la hora de salir para el trabajo. – Fue enton­ces cuando súbita­mente me acordé de algo: él había regresado a la escena del crimen. Por eso lo de­tuvieron.
  • Noé…. ¿eso fue todo? – Abrió los ojos y vi cómo la ten­sión se apoderaba de nuevo de su cuerpo. Sus ojos expu­sieron desesperación. Se dobló hacia mí y me agarró de nuevo las manos.
  • ¡No, no. Pasó algo increíble, doctor¡ Me había dor­mido, plácido, tranquilo. Y de repente… de re­pente me des­perté sacudido por los ronquidos. No entendía nada… ¿Otra vez? ¿después de no sé cuántas cuchilladas? ¿es que ese hijo de puta es Termi­nator, doctor? – Se había puesto de pie y ya me sujetaba con fiereza, sacudiéndome las ma­nos. Empe­zó a temblar y a vociferar.
  • No podía ser….. ¡No podía ser….!   Me levanté y tomé el cuchillo….decidí completar la obra, ase­gurarme que ese no iba a joder más, que me iba a ganar mi paz para siempre…!!! Busqué mi maza de dos kilos, por si acaso, y bajé…… - Le­vanté la voz y traté de zafar de sus manos.
  • Cálmese, Noé. ¡Basta…deténgase un minuto…! – Pero era totalmente fútil. Estaba enajenado. Se subió a la mesa, sobre sus rodillas, sin soltarme.
  • …. bajé decidido a lo que fuera. Le iba a reventar la ca­beza…!!  No podía permitir, doctor, no po­día….! – Fue allí que la puerta se abrió con vio­lencia y en­tró Ordoñez acompa­ñado de otro agente. Les costó muchísimo separarlo de mí y sujetarlo en la silla, esposado a los brazos de la misma. Noé se retor­cía y aullaba.
  • ¡Hijo de putaaaa…! ¡No vas a roncar más, hijo de pu­taaaa…! ¡Quiero dormir… dormiiiir….. Andate con tus ronqui­dos al infierno, hijo de putaaaa! - Mi azoramiento se cortó con la carcajada de Ordoñez, que aún le tenía sus manos sobre los hom­bros. Lo miré con furia, indignado. Ordoñez no me dio tiempo a decirle cuánto me disgustaba su ac­titud. Contenien­do apenas la risa, me dijo lo que aún yo no sabía.
  • ¡Qué pelotudo..! Los ronquidos eran de la mujer. Los es­cucharon desde el garaje  y tuvieron que desper­tarla a los gritos. Parece que se había em­pasti­llado.

En ese momento llegaron unos paramédicos.

 

 

Comentarios

@KARALGA

21/07/2021



Este cuento forma parte de mi libro de poemas y cuentos. El año pasado estuvo a punto de ser llevado a escena por Jorge Valdano, pero la pandemia abortó el proyecto.  

ARG

ARG

MUJER de 54 en San Cristobal

Me gustan las actividades al aire libre, caminatas, ir a parques, también los r

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ARG

HOMBRE de 48 en Mataderos

Soy una persona tranquila,sencilla.disfrutar al aire libre ,las salidas a bares

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