A una mujer dormida


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@PAMPAZEN

15/05/2006#N9680

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A una mujer dormida
por Pampazen

He pasado los últimos domingos ladrando o viajando.
Ahora estoy en el jardín del castillo evocando a una mujer que duerme. Apenas la conozco y ya la quiero, y esta frase la he escrito antes, pero su certidumbre recorre mis vértebras, y la esperanza de conquistarla es más una astucia de viejo que el acecho y la perplejidad del que busca la sabiduría. Pero yo quisiera que fuera al revés. La sabiduría está próxima pero es huidiza, anoto. Para alcanzarla hay que ser rápido, y aprenderlo toma toda la vida.
El viento caracolea sobre mis pensamientos, se agita el jardín seco, bulle el que brota en andas del calor.
Ella duerme. Mi corazón apenas puede contenerla.
No obstante, en el diálogo de sordos que es el soliloquio, extraño sus brazos, sus piernas, su ingle, su derecho a réplica, su majestad.

Casi ebrio, fumado, consecuente con las direcciones de mi vida, atiendo a la mirada de mis perros, flacos, querendones, réplica de mi hambre y de mi ardor.
La quiero, es cierto, pero cuánto tiempo no la quise, o la quise sin conocerla, pura entidad imaginada. Me entretenía llamándola con exorcismos. La pintaba. Le escribía cartas que dirigía a la que había conocido ese día, sin saber que éste era su ardid: cambiar de nombre, de figura, de filiación, de etnia.
No, el mundo no estaba completo, porque la desconocía, pero la presumía: su probabilidad me impedía colocar la cabeza en el regazo de la vida. ¿Qué hacía cuando buscaba figuras imprecisas, sencillas, perfectas, difuminadas entre la bruma y los rostros entrevistos por la ventanilla del colectivo? ¿Estaba llamando a estas pasajera, que duerme, ahora, sola?

Soy el dios Pan bañándome en la fuente de los atardeceres. Me huelgo en beneficios. Un bichofeo canta, y me describe.
Acudo, ingrato, a mis placeres, y me los digo, por haberme callado tanto: burlarme, admirar el aire que me trata luego de atravesar las casuarinas, servir soda sujetando el vaso con la misma mano. Soy infinitamente diestro en este inútil arte de pasar el tiempo. Además, sirvo a mis señores. Todos ellos.

Te llamo Tinta desde que naciste y te vi. Negra tinta de perra y de sombrío circunloquio del alma. Ella apacienta a las ovejas y lava la mugre de las sábanas. Ella, la madre de la noche, escondida en la trastienda, nos quiere, a pesar de todo. Tinta es así. Magnífica, desnuda salvo su piel lujosa, negro tinta, y el hocico suavísimo, ambarino.

Puedo dejar al fin, si me acuerdo, estas construcciones que hice casualmente. Tierra cocida, papel, pintura, lápiz, y otros recursos. Mi nombre fue el deseo de vivir / la salamanca del ensueño / el desamparo del viajero / y el ututo a la siesta. Justifico, al fin, el techo con goteras, los hongos, las termitas que se devoran toda página escrita. Vale la pena aún, y haya la muerte.

Entre tus piernas sensitivas quiero acampar un día, pues amo las colinas y también el misterio. Soy un perro escapado que ama el misterio huyendo.

Al tiempo, te recuerdo. Pero duermes. Y yo, pobre de mí, con el poema.

Con un mate amargo la desperté, en la tormenta / ayayay cómo la quiero / candil al viento / candil al viento.

Le dije somos muy pobres, sólo nos queda el verano / ella quedó pensando, / tomé su mano / tomé su mano.

La tarde que nunca pasa / la pasaré en mi recuerdo / hilvanando unas frases / moneda al aire / silencio.

Este hijo que nos viene llámase Pan, desventura. Pero si trabajé a la noche no fue en vano, aunque no hice la cuna ni corté el paraíso. En cambio, escuché la palabra, los ruidos sigilosos del alma cuando no había amanecer, ni abrazos.

Se levanta ella al fin, su anca serena moviéndose al compás de la marea. Como Leviatán, hundo mis dedos en la multitud de su cuerpo, que desolado huye. ¿La aprenderá a querer un día? me pregunto mientras el viento sopla y cae la noche.

Me siento infinitamente próspero en un país quebrado. Y no sé que decir que no haya dicho, aún la hartura y el hambre. Pero debo seguir. Hace dos días que escribo, y no sé a quien o a qué, tal vez a nadie que no sea mi self. Pero no estoy seguro. Hace días que permanezco en acecho y no acabo de entenderme del todo. Con sus gotas traslúcidas escribe la pluma de mi cuerpo sobre el poema en cuerpo doce negrita que ella me dio. Siento que así puedo agregarle algo a su argumento. ¿Qué quisiera decirle a la amada inconclusa? Querida mía, eres una víctima más de mi desamparo, que me mueve a la luz y a la muerte, a la persecución en el Reino del Señor. Siempre ambicioné una vida artificiosa, llena de acontecimientos rocambolescos, o meramente de cine, y al cabo he edificado estos muros sencillos, donde caben los higos de Esmirna, una hoz, el Diccionario de Antropología de Aguilar.

Decidí concederme unas vacaciones, entonces, e imaginé un viaje que comenzara en el sitio en el que me encontraba entonces, que era la única posibilidad, y luego, con escala en Buenos Aires, llegase a Tierra del Fuego. Omití Órcadas, mal que le pesase a José Manuel Moneta que pasó cuatro años en un observatorio, entre la nieve, los pingüinos, y el viento. El viento es maravilloso. ¿Pero quién puede contenerlo?

Las Malvinas, esas mujeres huidizas, inalcanzables, casi inconquistables. Una y otra entrada, y pasan los años. Cuánto de insensata competencia masculina hay en estas guerras territoriales, disputándose unas mujeres que, al cabo, pueden servir a varios. O a sí mismas. Soy partidario de la poliandria y la poligamia, tan semejantes.

¿Pero dónde estará ella, la que duerme? Avanzo a su florida alcoba, llena de azahares, y un poster de Rodrigo en la pared. Sé que tiene un altarcito en su cuarto, en un placard que nunca fue cerrado por la carpintería. Jesús Sacramentado, San La Muerte, La Rosa Mística, unas velas, unos cacharros extraídos de momentos que alguna vez fueron inolvidables. No falta un rosario, ni la Virgen del Valle. Ah, pero también está su biblioteca de pájaros.

Es pendenciero, atorrante. Por la noche, si en algún momento de intimidad le susurra al oído que es una putita, ella sabe que se trata sólo de una ternura cultural, ya que él tiene la impronta del género sobre la piel.

Me entretengo escribiéndole, dice él, porque hoy me encuentro desocupado de las pasiones. Si no se advirtiera que alitero las frases, piensa, entonces mi deseo estaría cumplido. Sólo estoy tratando de escribir una novela que resista las inclemencias del día de hoy, que son muchas, dícese el maldito mistificador. Pero se ha refugiado en la cucha de un témpano y piensa que se trata del sexo abandonado de la posible amante.

 

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