¿APRENDER A «OBSERVAR Y DEJAR PASAR»?:
Publicado por
@DANTEX
No necesitamos mejorar; sólo hemos de soltar lo que nos bloquea el corazón.
JACK KORNFIELD
El mundo se nos presenta a través de los sentidos; mediante nuestras reacciones creamos engaños. Sin reacciones el mundo aparece con claridad.
BUDA
Una de las habilidades más importantes que hemos de adquirir al embarcarnos en el viaje interior es la de «observar y dejar pasar» los hábitos y mecanismos de nuestra personalidad que nos han atrapado.
Nuestra máxima es engañosamente sencilla; significa que hemos de aprender a observarnos, a ver lo que surge en nosotros momento a momento, así como ver qué nos invita a alejarnos del aquí y el ahora. Sea agradable o desagradable lo que encontremos, nos limitamos a observarlo. No tratamos de cambiarlo ni nos criticamos por lo que hemos descubierto. En la medida en que estamos presentes en lo que descubrimos, sea lo que sea, las constricciones de nuestra personalidad comienzan a aflojarse y nuestra esencia comienza a manifestarse más plenamente.
A diferencia de lo que pueda creer nuestro ego, no es nuestro papel repararnos o transformarnos. En realidad, uno de los principales obstáculos para la transformación es la idea de que somos capaces de «arreglarnos». Esta idea, lógicamente, plantea algunas preguntas interesantes. ¿Qué parte creemos que necesita reparación y qué parte se atribuye la autoridad y capacidad para arreglar a la otra parte? ¿Qué partes son el juez, el jurado y el acusado en el banquillo? ¿Cuáles son los instrumentos de castigo o rehabilitación y qué partes los van a manejar sobre qué otras partes?
Desde la primera infancia estamos programados para creer que necesitamos ser mejores, esforzarnos más y desechar partes de nosotros desaprobadas por otras partes. Toda nuestra cultura y educación nos recuerdan constantemente cómo podríamos tener más éxito, más seguridad, ser más deseables o espirituales si hiciéramos este o aquel cambio. En resumen, hemos aprendido que necesitamos ser diferentes de lo que somos conforme a alguna fórmula que ha recibido la mente. La idea de que simplemente necesitamos descubrir y aceptar a quienes somos en realidad es contraria a casi todo lo que se nos ha enseñado.
Ciertamente, si hacemos cosas que nos perjudican, como abusar de las drogas o el alcohol, o entregarnos a relaciones destructivas o actividades delictivas, es necesario poner fin a ese comportamiento primero para poder hacer el trabajo de transformación. Pero lo que normalmente nos capacita para cambiar no es sermonearnos ni castigarnos, sino cultivar una presencia mental serena y sosegada para ver lo que nos impulsa a hacernos daño. Cuando llevamos percepción consciente a nuestros malos hábitos y a esas partes nuestras de las que nos gustaría librarnos, entra en juego algo totalmente nuevo.
Cuando aprendemos a estar presentes en nuestra vida y receptivos al momento comienzan a ocurrir milagros. Uno de los mayores milagros es que somos capaces de dejar en un minuto un hábito que nos ha fastidiado durante muchos años. Cuando estamos totalmente presentes el viejo hábito se marcha y ya no somos los mismos. Experimentar la curación de nuestras más viejas heridas por acción de la percepción consciente es el milagro con el que todos podemos contar. Si seguimos este mapa del alma hasta las profundidades de nuestros corazones, el odio se convertirá en compasión, el rechazo en aceptación y el miedo en admiración.
Recuerda siempre que es tu derecho y es tu estado natural ser sabio y noble, afectuoso y generoso, estimarte a ti y estimar a los demás, ser creativo y renovarte constantemente, participar en el mundo con respeto y en profundidad, tener valor y confiar en ti, ser dichoso y hábil sin esfuerzos, ser fuerte y eficaz, disfrutar de la paz mental y estar presente en el desenvolvimiento del misterio de tu vida.
EMPUJONES ESPIRITUALES PARA EMPEZAR
Sea cual sea tu tipo, hay cosas concretas que puedes hacer para dar un impulso a tu crecimiento espiritual y personal. Los siguientes son aspectos problemáticos específicos de los tipos, pero todos quedamos atrapados en ellos de tanto en tanto. Así pues, si deseas avanzar en tu trabajo interior, lleva la mayor percepción consciente posible a los siguientes hábitos:
o Hacer juicios de valor, condenar, a ti mismo y a otros (Uno).
o Ceder tu valía a otros (Dos).
o Tratar de ser distinto a como eres auténticamente (Tres).
o Hacer comparaciones negativas (Cuatro).
o Interpretar exageradamente tus experiencias (Cinco).
o Depender de algo exterior a ti para obtener apoyo (Seis).
o Adelantarte a lo que vas a hacer a continuación (Siete).
o Intentar forzar o controlar tu vida (Ocho).
o Resistirte a que te afecten tus experiencias (Nueve).
LA IDENTIFICACIÓN Y EL OBSERVADOR INTERIOR
La identificación [...] es una manera de huir del yo.
KRISHNAMURTI
Si hablamos con propiedad, son muy pocos los hombres que viven en el presente; la mayoría se están preparando para vivir en otro tiempo.
JONATHAN SWIFT
A medida que adquirimos experiencia en estar presentes y en observarnos, comenzamos a advertir el desarrollo de un nuevo aspecto de nuestra percepción: una capacidad de «presenciar» con más objetividad nuestra experiencia. Como hemos dicho, a este tipo de percepción se la ha llamado observador interior. El observador interior nos permite observar lo que ocurre dentro y fuera de nosotros simultáneamente, sin hacer comentarios ni juicios.
El observador interior es necesario para la transformación debido a un mecanismo psicológico al que Gurdjieff llamó «identificación», que es uno de los principales modos como la personalidad crea y sostiene su realidad.
La personalidad se puede identificar con cualquier cosa, con una idea, con el cuerpo, con una comezón, con una puesta de sol, con un niño, con una canción, etcétera. Es decir, en cualquier momento en que no estamos totalmente despiertos, nuestro sentido de identidad proviene de cualquier cosa a la que estemos prestando atención. Por ejemplo, si estamos nerviosos, con la atención centrada en una inminente reunión, es como si ya estuviéramos experimentando la reunión (aunque sea una imaginaria) en lugar de estar en lo que está ocurriendo en el momento. O, si nos identificamos con una reacción emocional o afectiva, por ejemplo con una atracción hacia alguien, es como si fuéramos esa atracción. O si nos sentimos reprendidos por una voz crítica que nos habla en la cabeza, no podemos separarnos de esa voz.
Si acallamos la mente, aunque sea un poco, observamos cómo nuestros estados fluctúan de momento en momento. Un instante uno está pensando en el trabajo y al siguiente ve cruzar la calle a una persona que le recuerda a alguien con quien estuvo saliendo hace unos años. Un instante después recuerda una canción de la época del colegio, pero en ese momento pasa un coche por una charca y le salpica agua y uno se enfurece con el conductor idiota y no logra pensar en otra cosa hasta que cae en la cuenta de que necesita un caramelo para sentirse mejor. Y así sucesivamente. Lo único constante es la tendencia de la personalidad a identificarse con cada estado sucesivo.
La percepción consciente se expande y se contrae como un globo, pero la identificación siempre la hace empequeñecerse. Podríamos advertir que cuando nos identificamos con algo, la percepción de nuestro entorno inmediato disminuye considerablemente. Percibimos menos de los demás, de lo que nos rodea y de nuestro estado interior. Dicho con palabras sencillas, cuanto más identificados estamos, más contraída está nuestra percepción y más desconectados estamos de la realidad.
Con el tiempo nuestra identificación se fija con cierto conjunto de cualidades (tales como fuerza, empatía, paz o espontaneidad, por nombrar sólo unas pocas), y se establece el sentido del yo característico de nuestro tipo. Los sentimientos y estados que abarcan nuestro sentido del yo son aquellos que creemos necesarios para lograr nuestro deseo básico. Cuanto más nos identificamos con nuestro sentido del yo, más nos encerramos en él y más olvidamos que tenemos a nuestra disposición otras opciones y otras modalidades de ser. Comenzamos a creer que somos ese hábito o pauta. Nos centramos sólo en ciertas cualidades de la gama total de nuestras capacidades humanas, como diciendo: «Estas cualidades son yo, no ésas. Yo soy así, no asá». Y de este modo desarrollamos una imagen propia, una definición propia, un tipo de personalidad previsible.
Por ejemplo, el miedo básico del tipo Ocho es ser dañado o controlado por otras personas o por la vida, y su deseo básico es protegerse y defenderse. La protección propia y la confianza o seguridad en uno mismo son necesidades humanas universales, y aunque no seamos del tipo Ocho, necesitamos protegernos física y emocionalmente. Los Ocho jóvenes, sin embargo, comienzan a centrarse en las cualidades que encuentran en sí mismos que les ayudarán a protegerse. Descubren su potencia, su fuerza de voluntad, su perseverancia y su capacidad de imponerse, y comienzan a usar esas capacidades para desarrollar y reforzar la identidad de su ego
Extraído del libro "LA SABIDURÍA DEL ENEAGRAMA"
de Riso
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