Las mujeres confiesan que se sienten intimidadas cada vez que alguien les grita o silba en la vía pública. Incluso, muchas revelan que sienten miedo cada vez que caminan solas por la vía pública. ¿Son éstas las reacciones buscadas por los varones?.

Más del 40 por ciento de las mujeres que participaron de la encuesta realizada por la Universidad Abierta Interamericana (UAI), confesó que le genera temor caminar sola por la calle. Sin embargo, la percepción de los hombres que dicen piropos en la calle se ubica en el extremo opuesto de la mirada femenina.

“Hay un porcentaje alto que cree que a las mujeres les gusta ese tipo de interacción e incluso, algunos piensan que puede ser un medio de aproximación sexual que suscite aceptación o de pie al inicio de una relación”, explicó el psicólogo Fernando Adrover, decano de la Facultad de Psicología y Relaciones Humanas de la UAI.

Además, señaló que muchas veces estas actitudes intimatorias son utilizadas por los varones como estrategia de conquista. “Estas formas de seducción están moduladas cultural e históricamente. Las estrategias femeninas estuvieron asociadas a formas más indirectas y veladas y las masculinas a formas más directas y frontales”, explicó.

En este sentido opinó Mike Tabaschek, director de Levantart, una academia de seducción para hombres, quien aseguró la mayoría de sus alumnos pide que le enseñen a acercarse a las mujeres. “Los hombres tienen manera muy frontal de acercarse, muy intimatoria y no funciona, todo lo contrario”, aseguró.

“No entienden la forma de seducir a una mujer. Piropear en la calle es la única herramienta que tienen para acercarse a ella. Lo que es triste, porque no entienden otra forma de interactuar con las mujeres”, declaró.

Y agregó: “Después ese hombre se cruza a una mujer que le gusta y no le dice nada. Es una cobardía. Pero en realidad no sabe hacerlo de otra manera. La mayoría de los hombres sufre el acercamiento con mujer. Se paralizan, tienen pánico, miedo a que los rechacen”.

Adrover señaló que hay otros varones que con este accionar sólo buscan intimidar a las mujeres. “Algunos lo realizan para molestar o porque se sienten 'autorizados' por la forma de vestir de la mujer, quien se estaría exponiendo públicamente a esa posibilidad. Esto último, representa la vieja y reaccionaria idea de que al vestirse de una determinada manera se está asumiendo una actitud provocativa y, por ende, también las consecuencias que esto pueda generar. Es una posición que tiende a justificar la actitud de los hombres como una reacción a una actitud previa de la mujer”.

Pero más allá de que los “piropos” vociferados en la vía pública no tengan la intención de perturban a quien va a la par, el psicólogo advirtió que el acoso callejero en cualquiera de sus formas toma al otro como objeto.

“Llamar la atención sobre alguien públicamente en función de atributos corporales, su formas de vestir o por su mera presencia, constituye una violencia implícita pues implica algo disruptivo e inesperado, en donde alguien, en general un desconocido, se arroga el derecho de hacer estimaciones valorativas sobre otro a partir de un objetivo personal, sea procurar un acercamiento, generar un halago, para incomodar o para divertirse, y lo hace públicamente”, dijo Adrover.

PROHIBIR EL ACOSO CALLEJERO

Muy lejos de la percepción de los hombres, el 86,6 por ciento de las encuestadas por la UAI reveló que está de acuerdo con que se prohíba el acoso callejero por una ley, tal como ya sucede en varios países de Europa.

“No tengo en claro que regular por ley estos temas sea la mejor solución. Como se dice a veces no debería ser el objetivo “judicializar” la vida cotidiana. Quizás baste con tomar consciencia del efecto que determinados comportamientos pueden generar. La desaprobación social puede bastar, en muchos casos, para regular el comportamiento”, opinó Adrover.

“Estimo que fundamentalmente es un problema de educación y de toma de consciencia de los derechos como integrantes de una sociedad. Nadie tiene a priori derecho a tomar al otro como objeto, quizás sea suficiente con tomar consciencia de que en ocasiones lo hacemos, incluso quizás sin darnos cuenta”, concluyó el psicólogo.