EL SOL SALE PARA VERME A MI ( EL ORGULLO )

O HAS UN FAVOR A UN ORGULLOSO Y PROBABLEMENTE TE GANARAS UN ENEMIGO !!!
"Quien perdona no tiene orgullo y el que no tiene orgullo no tiene vergüenza, decía mi abuela". Quien así me hablaba era el padre de una paciente cuando yo sugerí que perdonara. ¿Y la abuela de usted era cristiana?, pegunté. "Católica, apostólica y romana, y de comunión diaria", me dijo. Yo no acerté a decir nada, y desconozco el gesto que puse. Pero es evidente que la puñetera abuela, como tantos de nosotros, no seguimos a Cristo, cuyo mensaje es radical en este aspecto: “Habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: No hagáis frente al malvado; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha vuélvele también la otra y al que quiera litigar contigo para quitarte la túnica déjale también el manto" (Evangelio según San Mateo). Sobran los comentarios, lo que dice Jesús es un escándalo para los orgullosos.

El orgulloso posee tal amor propio que puede llegar a producirse una extraña y desgraciada transformación: la ingratitud y el rencor hacia su benefactor. El mismo Kant hablaba de un vicio detestable y que podía parecer inverosímil: hacernos un enemigo por los favores que le hayamos hecho. Mi amigo Paco Palazón, que sabe mucho de la vida y que desgraciadamente se resiste a escribir sus memorias, me dijo en una ocasión hablando de la gratitud y de la ingratitud de las personas con las que nos encontramos en el camino de la vida: "¿Qué favor le habré hecho yo a éste para que me trate tan mal?". Ojo, es literal, no es un contrasentido, cuídate del orgulloso al que hayas hecho un favor.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Pues bien, ahí va, en una ocasión contemplé una escena que me dejó estupefacto: una anciana bajaba con dificultad de la parte trasera de un vehículo aparcado junto a la acera, mi suegro y yo paseábamos por allí y él se acercó solícito para ayudarla ofreciéndole el brazo, la anciana se enfureció y le gritó: "¡Apártate, estorbo!". Al orgulloso no le gusta deber nada a nadie. Su extraordinario amor propio le hace egoísta, vanidoso e insolente. Son la mamá de Tarzán, o como ese gallo presuntuoso que estaba convencido de que el sol había salido para oírle cantar.

Y ahora que hemos puesto fino al orgullo y al orgulloso nos conviene recordar la frase de Confucio: "Cuando veas a un hombre bueno, imítalo. Cuando veas a un hombre malo, examina tu corazón"
BENITO PERAL

 

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