CÓMPLICES - este relato y los anteriores son parte de mi li


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Publicado por
@KARALGA

03/07/2021#N76037

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Observó las piezas de lo que había desarmado hacía un rato.



Se maldijo por su inhabilidad manual. Era ingeniero, pero de escrito­rio. Lo suyo había sido continuamente números, planos, archivos, computadoras. Armar y desarmar fue invariablemente algo que lo frustró. Siempre sobraba un tornillo, un componente de plástico o metal cuya ausencia provocaba ruidos o estertores en lo reensambla­do hasta que se detenía, espástico e inútil.



Ya de pibe, en la secundaria, lo llamaban Taraservice, parodiando la historieta que a veces, cruelmente, le dejaban sentada sobre su propio pupitre. El mote cayó en conocimiento de Cipriano, a poco de cono­cerse, y Juan debió soportar desde entonces las a veces pesadas iro­nías del otro. Las soportaba bien, gracias a la influencia creciente que su nuevo amigo fue adquiriendo en su vida. Nunca se había enojado Juan con él. Hasta ahora. Porque ahora, ese mismo día, Cipriano se había mandado una cagada que Juan estaba seguro habría de pagar con un disgusto de aquellos. Y no es que no le estu­viera agradecido por las manos bravas que le había dado. Más de una vez le había sacado las papas del fuego. Y esta vez también, pero la diferencia estaba en la desprolijidad y en la falta de… ¿modales?.... que en esta ocasión mostró Cipriano.  “Carajo..!  Llegó sin avisar, me tiró esto por la cabeza y se fue. Podría haberme ayudado en algo” masculló hacia sus adentros mientras sopesaba una de las pie­zas y evaluaba si podría procesarla en la máquina que tenía prepara­da al lado.



 



Cipriano se introdujo en su vida al mes, más o menos, de haber Juan enviudado de Analía. Se le apareció hacia el fin de una tarde gris y solitaria, una más de una serie que parecía querer eternizarse,  que pasó sentado como un zombi en un banco del cementerio, su mente congelada en dos sucesos igualmente dolorosos: la muerte de su esposa y su despido del trabajo. Esto último había ocurrido la sema­na anterior al fallecimiento de Analía. Su jefe, ante el “¿pero Uds. saben por lo que estoy pasando?” solamente le respondió con un evasivo “debo hacer lo que me ordenan” y con el clásico “la empre­sa te va a pagar bien tus años acá; eso te va a ayudar”. Juan se pasó la semana siguiente desgastándose emocionalmente en el tremendo esfuerzo de disimular la situación ante su esposa moribunda. Gastó en mejoras de la atención médica parte de lo recibido y compró una parcela en Jardín de Paz. El funeral fue sobrio y poco concurrido. Juan les negó el saludo al gerente y a su jefe, que fueron a hacerse presentes y se retiraron inmediatamente, resignados, con caras de comprender.



De repente Juan percibió una presencia y salió de su ensimisma­miento en el banco del cementerio. Hubo un saludo breve y se inició una conversación obvia sobre lo prestado de la vida y cuán poco que el amor protege a los seres queridos contra el cáncer, etc.. Juan se sintió reconfortado por la charla amigable de Cipriano. Le contó que además estaba sin trabajo y le contó las circunstancias dolorosas de su despido, así que la conversación derivó hacia la fría crueldad de las empresas. Cipriano, nuevamente, fue un contenedor de la angus­tia profunda de Juan, que lo sintió ya amigo. Quedaron en volver a verse.



El segundo encuentro tuvo lugar en casa de Juan. Ahora, mientras acomodaba la pieza para probar cómo procesarla en la máquina, Juan se dijo que no recordaba exactamente cómo había sido que Cipriano llegó a su casa pero, dadas las habilidades que le fue conociendo a su amigo, no le extrañó que aquel día él abriera la puerta y … ahí estaba Cipriano, llegando. Al ratito estuvieran tomando cerveza y hablando de los mismos temas que habían tocado allá, en el Jardín de Paz. Juan siempre se dijo, a posteriori, que ahí habían empezado a ser cómplices, realmente, cuando Cipriano le propuso irse a vivir juntos a la Patagonia dado que la Capital de había convertido en un hormi­guero de dolores y pesadumbres para Juan. ¿No había Analía nacido en Choele Choel? ¿No había Juan, acaso, visitado a sus suegros y puesto plata para mantener la chacra de ellos en la isla, que Analía había heredado? Bueno, ¿por qué no vender todo acá e irse a vivir allá, donde quedaban algunos conocidos y él, por herencia, podía habitar esa chacra?



Para terminar de convencerlo, Cipriano puso sobre la mesa un pa­quete envuelto en papel de diario. Juan lo abrió. Era una cantidad de dinero más o menos equivalente a la que había gastado en los servi­cios médicos y en el funeral. “Es justo que lo recuperes. Y a mí me debían plata. Quiero que lo recibas. Te lo doy de onda…. tomalo como mi derecho a ir con vos.” le había dicho Cipriano, con Juan ya convencido de partir a reconstruir su vida en Choele Choel.



La partida fue a los quince días, más o menos. Juan dejó un poder a su abogado para vender el departamento y girarle el dinero a Choele Choel. Del lugar donde había sido feliz con Analía se llevó sola­mente su ropa. Atrás quedaron los muebles, vajilla y electrodomésti­cos en medio de un desorden monumental. Pilas de papeles y fotos que él ya no quería. Diarios desparramados por todos lados. En uno de ellos, del día anterior, la sección policiales contaba que seguía el misterio por las muertes de dos funcionarios de una importante em­presa y sus familias, ocurrida en una misma noche de quince días atrás, probablemente ejecutada por sádicos ladrones que desvalijaron las casas.



Y ahí estaba Juan ahora, en el taller de la chacra, junto a la triturado­ra de leña, puteando porque no podía calzar el torso del comisario Sandoval.



Es que el comisario se había puesto pesado. Ya había pasado dos veces por la chacra, inquiriendo sobre varios robos y un par de muertes que tuvieron lugar en la isla. Juan sabía que Cipriano a ve­ces se ausentaba uno o dos días y reaparecía con dinero o cosas útiles para vivir. De hecho, Juan le había reprochado por la intranquilidad que esto le producía, pero sentía que le debía tanto a Cipriano que no podía evitar hacerse su cómplice, aunque lo fuera por omisión de denuncia. Él no era un botón ni un alcahuete, se dijo Juan. Ni siquie­ra insinuaría las sospechas que Cipriano, quien por suerte no había estado en casa durante las visitas de Sandoval, le había levantado.  Además, el dinero les venía bien a los dos. Llegar e instalarse era una cosa; empezar a generar dinero, ahí, se hizo otra, más difícil. En los seis meses transcurridos los ahorros se fueron diluyendo y el departamento en Buenos Aires no se vendía. Juan sentía que ya había pasado por demasiadas pesadumbres y humillaciones. No quería nuevas. Prefería aceptar las contribuciones de Cipriano.



Pero se vio que el comisario Sandoval era insistente, que no se deja­ba convencer por las historia de desgracias de Juan ni por su nega­ción de conocer a Cipriano. Se apersonó una tercera vez – Juan esta­ba en el taller - y se puso especialmente cargoso. Y ahí sobrevino el desastre. Cipriano apareció de golpe. Hubo un cruce de miradas, Sandoval amagó sacar su arma y Cipriano, velocísimo, le descargó el machete que llevaba en la mano. Le abrió el cuello con un tajo en diagonal. Sandoval cayó al suelo, fulminado, brotando sangre, y recibió otro machetazo que se le incrustó en el cráneo. Cipriano no se tomó ni un segundo de duda. Cargó el cuerpo de Sandoval sobre la mesada, juntó una sierra y un hacha que arrojó junto al cuerpo y se rajó, vociferando “Cortalo y pasalo por la trituradora..!”.  Juan tardó un poco en reaccionar. No se ocultó que estaba anonadado. Pero pensó en su amigo y pensó en la tranquilidad de los dos. Des­armó como pudo el cuerpo de Sandoval, venciendo su conmoción, y ahora estaba probando si el torso pasaba por la boca de la trituradora. No; debería luego cortarlo más. Repuso el torso en la mesada y tomó una pierna, seccionada en la rodilla. Estaba metiéndola en la tritura­dora cuando se percató de cierto escándalo afuera. Se limpió en su camisa de trabajo las manos ensangrentadas y abrió el portón del taller. Había tres coches de policía posicionados en semicírculo. Pistolas e Itakas lo estaban convirtiendo en blanco. Un oficial moro­cho, que él alguna vez había visto, se le acercó, apuntándole y le espetó.




  • Juan Cipriano Mejía?... Queda arrestado..!



 


 

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@KARALGA

03/07/2021



CÓMPLICES, y los anteriores, so parte de mi libro RETOÑOS TARDÍOS.  
@KARALGA

03/07/2021



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