Sórdido

Francisca Lacalle, no era una persona común.
Francisca había tenido una infancia dura. Encerrada entre prohibiciones y golpes con permiso para la escuela primaria, nada más. Entre las prohibiciones figuraban: la escuela secundaria, novios, sexo, hijos y una lista inmumerable de placeres saludables para cualquiera.
Nació para salvar a su madre de la depresión, producida por los maltratos que le propiciaba su padre, Emerenciano. Francisca los vió, padeció, sufrió y lloró desde su nacimiento.
Algunos afirman que lloró desde su estado embrionario, no era hipo, eran llantos.

Los mandatos patriarcales funcionaron sesenta años, en los que Francisca sostuvo viva a su madre con sus excesos de cuidados y la exageración del afecto que le propició a diario.
El 24 de agosto de 1995, María Francisca, su madre, falleció y entre médicos y ambulancias la puerta se abrió y Francisca desapareció.
Desapareció de la faz de la tierra.
Nunca nadie, que la hubiera conocido volvió a verla.
Nunca más.

En colectivos de linea, con un atadito pequeño soñaba con Pehuajó, único libro que le habían leído, pero sin saber cómo vivir fuera de ese agujero al que llamaba " casa", llegó a Iruya, Salta.

Se instaló en un humilde comedor y le pasó lo mejor que le podía pasar a Francisca Lacalle, se enamoró.

Sórdido Benítez, la vió y profirió: " venga Francisca PAL rancho, Ud es mía pa siempre. Y Francisca fue y detrás de ella la puerta se cerró y desapareció de la faz de la tierra.

Nunca nadie, que la hubiera conocido volvió a verla.
Nunca más.

 

---