Mis temblores con Laura


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Escrito por
@JORGE-EMILEO

30/10/2017#N64749

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Los primeros temblores fueron mínimos, casi imperceptibles. Tan tenues que tuve dudas que hubiesen existido en verdad. Quizá los había imaginado. No pasaban de ser como una leve cosquilla en la planta del pie. Aún cuando se repitieron algunas veces, decidí esperar. Hubo otros pequeños, muy suaves, pero me tomé todo el tiempo hasta estar seguro.

No iba a decirle nada a Laura teniendo un mínimo de duda. Se había convertido en algo muy importante el hecho de estar seguro antes de decirle algo. Tal como estaba todo entre nosotros, cualquier cosa, hasta la cuestión más trivial, pequeña o insignificante, podía iniciar una reyerta. Llevábamos seis meses de pelea constante. Era difícil estar unos momentos juntos en paz, a los quince o veinte minutos nos trenzábamos en una discusión interminable.

Cualquier cosa que dijera, cualquier opinión que mencionara podía desatarla. No importa el tono o el tema de la conversación, esta dejaba de serlo en pocos minutos para transformarse en un enfrentamiento a los gritos. Terminábamos enrostrándonos los defectos que siempre tuvimos, pero que en años mejores eran aspectos hasta simpáticos en el otro. Todo se había tornado terrible, inaguantable. Llevábamos más de diez años de pareja y la situación era caótica. No sé si nos había agarrado la crisis de los 40, pero no dejábamos pasar una ocasión sin aprovecharla para enfrentarnos y sacar nuestras miserias a la luz.

A Laura ya nada la conforma. Se enoja si dejo la ropa tirada. ¡Siempre dejé la ropa tirada! Así me conoció. No se porqué ahora se le antoja desde hace un tiempo que tengo que cambiar. Ahora quiere que la casa esté toda arregladita como para recibir visitas. Si me pongo a ver televisión, con una cerveza y una picadita en la mesa ratona, me regaña por las miguitas que dejo. Si vengo de tenis y dejo el bolso en el living, arma un escándalo. “Esta todo tirado, esto es una pocilga, vivimos peor que en la villa”, es su frase de cabecera.

Si me quedo con ella a mirar televisión, es una pelea ponernos de acuerdo en que canal mirar. Si me voy a leer un libro, protesta porque no estoy con ella. Se la pasa repitiendo que casi no salíamos, que casi no tiene ropa, que la casa yo (porque toda la culpa la tengo yo) la dejo venir abajo.

El tema de la plata es un clásico infaltable de nuestras rencillas. Me taladra con el latiguillo que la plata no le alcanza. Que no podemos hacer proyectos porque apenas tenemos para vivir. Que ella no me pide mucho, solo un poco más de dinero como para planificar una salida, el arreglo de la casa, cambiar el coche. Me tiene repodrido.

No digo que no haya estrecheces. ¿En que casa normal no hay? ¿Soy yo el culpable de la crisis económica? En casa se come todos los días, y no arroz o polenta. No se compra otra carne que no sea pechuga o peceto o lomo. No se comen guisos ni falta un buen vino. Cada semana, al menos una vez, salimos a comer afuera, al cine, al teatro. Todos los años nos vamos de vacaciones.

Pero no alcanza. Siempre existe el motivo para la queja. Siempre faltan cinco para el peso. Es imposible que vea (y disfrute) lo que tenemos. Tiene la virtud de encontrar la falta, el detalle incompleto. Y siempre es un detalle pequeño, siempre es una nimiedad, cuestión de dejar en claro que sólo por mi falta de voluntad no se llega a la felicidad.

La misma mujer que antes desataba todas mis fantasías, ahora era una extraña en la cama. Una vez cada tanto, muy cada tanto, se producía el milagro. Íbamos a ver una obra de teatro que nos gustaba, pasábamos una velada con amigos en un clima distendido, todas las situaciones se ordenaban favorablemente y se encendía alguna llama que, si con suerte no surgía nada que nos lleve a pelear, nos permitía volver a gozar juntos y nos hacía creer que era posible volver a comenzar. Pero duraba poco, a la mañana siguiente (o a veces esa misma noche), cualquier gesto desembocaba en otro enfrentamiento como perro y gato. En eso se había transformado nuestra vida.

Por eso sabía que, le dijera lo que dijera, había una alta posibilidad que me respondiese en forma airada o me contradiga. Y no estaba con ganas de discutir. Por eso esperé a no tener dudas. En estos días, Laura posee una enorme facilidad para tomar todo de mala manera. Como si todos mis dichos, como si cada palabra que saliera de mi boca, fuera para culparla o atacarla.

Cuando volví a sentir nuevos movimientos pensé que lo mejor era, por precaución, salir al parque. Porque ya no tenía dudas, eran temblores en el piso. Traté de ser muy cauto, se lo dije como una pregunta, como algo que me parecía, como una impresión.

- “¡De que temblores hablás! Me tenés cansado con tus boludeces”.- Me gritó

- “Pero Laura. Solo te pido que prestes atención para ver si lo que siento es cierto”.-

- “Vos siempre el mismo tarado. ¡Dejame de joder!”.-

- “Pero Laura, ¿no podes contestarme mejor? Fijate que hasta vi. moverse los cáireles de la araña de luces”.-

- “Que cáireles ni cáireles. Acá nunca hubo temblores. Vos te imaginas cosas. Esta no es una zona de terremotos. Acá nunca hubo movimientos de tierra. Acá, el volcán más cercano está a mil kilómetros. ¿No podes razonar algo tan sencillo como eso? No te pido demasiado, sólo que pienses lo que decís. Es una cuestión de sentido común”.-

Ahí casi exploto. Porque ella me conoce desde hace rato, sabe donde tocarme para que salte. Siempre supo que eso me pone loco. Sabe que no soporto esa estupidez del sentido común.

¿Ustedes saben qué es el sentido común? Es lo que cubre el bache de la falta de argumentos. ¿No sabe como sostener una afirmación?, es fácil, diga que se basa en el sentido común. Sirve para todo. Diga cualquier estupidez y después, con una cara de “con esta te tapo la boca”, diga con la solvencia de un Doctor de Harvard: es una cuestión de sentido común.

Yo me pasé años estudiando lógica aristotélica, deductiva, dialéctica, métodos de conocimiento y filosofía para que me vengan con ese taradez del sentido común. Se dan cuenta ustedes lo que digo. Es totalmente claro que tengo razón. Y se lo explique mil y una veces. Pero no. Ella lo dijo porque sabe que me saca de las casillas.

No se como, pero logré mantener la calma. Respiré hondo, la miré serenamente y sin decir palabra, fui al lavadero llené la palangana a medias de agua, volví y la puse en el suelo, entre los dos.

- “¿Qué hacés? ¿Te volviste loco?”. Me dijo, y tras estas preguntas vino una seguidilla de gritos, recriminaciones, adjetivos cada vez mas subidos de tono....

- “¡Claro, el señor no responde! Es demasiado intelectual para discutir conmigo. ¿Sabés donde podés ponerte tu palangana y tus temblores? No te.....”.-

Y la frase quedó en suspenso. En el agua se formaban ondas concéntricas tal como si alguien hubiera tirado una piedra invisible.

- “¿Vos hiciste eso?”.-

- “No. Estoy lejos para hacerlo y vos me estás mirando. Sabés que no fui yo. ¿Por qué no vamos afuera, al parque? Por las dudas, digo”.-

Las ondas se calmaron y la cara de Laura mostró diez segundos
de tensión y lucha interna entre sostener su posición o aceptar que algo raro pasaba.

- “Vos la tocaste. Vos la tocaste para que vea moverse el agua y te crea. O golpeaste el piso con el pié para hacer mover el agua y confundirme”.-

- “Pero Laura no, creeme que no. Me voy afuera. Vení conmigo. O fijate en el agua se vuelve a moverse y vení”, dije y salí.-

Me fui al lado de la pileta y me senté mirando fijamente la superficie del agua. La primera vez hubo un pequeño movimiento, pero cinco minutos después, mientras sentía vibrar la tierra, se formaron olitas en toda la pileta. Corrí hasta la puerta y grité:

- “¡Salí Laura, te lo pido por favor!!!!!”.-

- “Agarro la cartera, el celular y salgo” – respondió.-

El suelo se sacudió bajo mis pies. Di dos pasos hacia atrás y entonces vi. la primera rotura del revoque. No era muy grande. Pero nunca habíamos tenido ni una grieta ni una fisura en la casa. La habían construido hace setenta años como se hacían las casas hace setenta años, para que duraran varias generaciones. Ver una rajadura me asustó. Grité de nuevo:

- “Laura, salí ya. Se acaba de hacer una grieta en la pared”.-

Desde lejos, seguramente desde el dormitorio, en la planta alta, me llegó la respuesta:

- “Estoy bajando, pero no encuentro el celular”.-

- “Dejá ese maldito celular y salí ya mismo. No pierdas mas tiempo!!!!!!!!!”.-

- “¡¡¡No me grités que me ponés nerviosa!!!”. Ya salgo.-

El ruido fue raro. Era como si estuvieran partiendo nueces a todo mi alrededor. Era un ruido sordo, pero pleno. Mi grito de - ¡Salí ya! - se confundió con el derrumbe del tejado lateral. No tuve ni tiempo de regresar de mi instintivo salto hacia atrás para esquivar los escombros que caían. Sólo me quedó observar atónito como se desplomaba el resto del techo entre nubes de polvo.

Corrí rápido hasta la puerta. Partes del primer piso estaban caídas y la escalera llena de escombros y partes del techo. Salté sobre todo. Me rompí las manos sacando maderas y tejas hasta llegar a la pieza. Laura estaba en el suelo, boca abajo, cerca de la pared y tapada hasta los hombros por los restos del derrumbe. Aprisionada por una montaña de escombros.

Solo asomaba su cabellera. Ni hablaba ni se movía. Mi corazón se detuvo y todo quedo congelado, suspendido. Me quedé mirándola sin poder adelantar un paso. Quizá duró breves segundos, pero en ese instante toda nuestra vida juntos pasó ante mis ojos.

¿Estaría muerta? ¿Esta era la forma como terminaban para siempre nuestras peleas? ¿Todas las agresiones se habían acabado? ¿Nunca más volveríamos a gritarnos? ¿ Era un alivio o un terrible dolor?

Un quejido suyo me saco de mi inmovilidad. Me acerqué. Respiraba con dificultad. Limpié como pude al lado de su cuerpo para liberarla hasta que pudo levantar el torso apoyándose en los codos.

- “¿Estas bien?”.-

Me dijo que sí con la cabeza. Sacando un trozo de tirante, algunas
tejas y un cajón de la cómoda pude sacarla de allí. Tuvo una suerte enorme. Las paredes de ese costado del dormitorio se mantuvieron firmes y la armazón de machimbre cayó entera. Las vigas quedaron amuradas a la pared y el techo hizo una cueva entre ese amure y el piso, cubriéndola de lo peor de la caída y a salvo de ser aplastada.

Bajamos dificultosamente la escalera, salimos al parque y nos tiramos en el pasto, lejos de la casa. Jadeamos sin poder hablar, recuperando el aliento.

Y entonces, con voz quebrada y ronca exclamó, casi gritó, con rabia:

- “¡¡¡¡¡Sos idiota!!!!!!!!. ¿Porqué no me avisaste antes?”.-

No me dijo “gracias”, no me abrazó por haberla salvado. No bien estuvo segura de estar viva, le brotó la queja y la enemistad permanente volvió a ubicarse entre los dos cono era habitual ya hacía mucho.

Y descubrí con enorme sorpresa que en vez de bronca, aunque era lógico esperar un agradecimiento, ese grito me trajo un profundo alivio. Fue como si un muro invisible que nos separaba se hubiera roto. Comprendí que estuve a punto de perderla y sentí que no me podía hacer a la idea de no tenerla. Con su carácter, con sus protestas, con sus enojos y con sus recriminaciones. Una enorme tranquilidad me invadió entero. Ahora podía estar seguro que nada le había pasado. Esa era mi Laura.-


 

Comentarios

@AMIX

30/10/2017

Muy bueno el cuento, tan bueno que te digo la verdad? Qué Laura se vaya a la mismísima mierda! Uf... Amir.  
@MARCEMILAGROS

30/10/2017

Muy bueno el cuento....pero este señor necesita una terapia urgente para salir de la co-dependencia y del lugar de víctima. Sentí ese derrumbe como una metáfora de esa "pareja". Gracias por compartirlo  
@JORGE-EMILEO

30/10/2017



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Marce, leelo de nuevo, detalladamente. Pensá que el relato lo hace él, desde su visión. ¿Es tan víctima en realidad? Deja todo tirado, no junta la ropa. No detalla mucho, pero lo que detalla no es de una pareja comprensible y solidaria.

¿Cuantas parejas dependientes ambos conoces que se mantienen pese a las peleas por esa relación, que será enfermiza, pero es la que pudieron lograr, las que le dio su posibilidad lograr?

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Amir, los dos creo que sienten lo mismo que vos de mandar a la mierda al otro. Pero ... no son capaces de cortar

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@MARCEMILAGROS

30/10/2017

Hola. Disculpame si mi lectura no supo apreciar el mensaje que querés transmitir.Estoy con el celu y me llevo mucho mejor leyendo a la antigua: en papel .Es cierto que deja todo tirado etc. Pero eso justifica la agresión? El ninguneo? El calificativo de "idiota" ?etc. Reflexiono: qué hace que nos quedemos en una relación así? Qué hace que llamemos "amor" a una relación tóxica y enferma.? EL amor es un bien y nos debe hacer bien! Para mí es la regla de oro. Si preferís no lo llamemos víctima. Cómo lo llamamos? Creo que no hay peor cárcel que llegar a la conclusión que no estamos bien juntos pero ya tampoco podemos separarnos...Ay! No se puede estar más jodido que cuando el alma se te atrofia de esa forma. Por eso dije lo del derrumbe metafórico. Gracias de nuevo y saludos.